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25 Jun
25Jun

A diferencia de otros como Alemania, Italia o Portugal, España ha sido uno de los países de Europa que aún hoy demuestra resistencia a hacer un mea culpa acerca de los años de la dictadura. Luego de la muerte de Francisco Franco su figura siguió sumando adeptos y casi a contracorriente de la tendencia de principios de los ochenta - en la que muchos países que sufrieron procesos dictatoriales hacían públicas sus investigaciones que derivaron en verdaderos documentos históricos tales fueron los casos del Nunca Más en nuestro país o el Informe Rehmi en Guatemala- España optó por el mutismo y la indiferencia absoluta.

Desde entonces, las incursiones en el cine acerca de los horrores que desplegó el Franquismo en las cuatro décadas en las que asoló a España son bien escasas y, generalmente, provienen de cineastas que integraron el llamado Nuevo cine español aquel movimiento promovido por la genial Pilar Miró. Pero lo cierto es que desde entonces, las alusiones al franquismo han sido bien escasas y esta más que claro que no forman parte de las temáticas que les interesan a los españoles.

Es por eso que la aparición de La Isla mínima, film del sevillano Alberto Rodríguez Librero, no sólo es una bocanada de aire fresco dada la originalidad visual de la propuesta sino porque, además, con una historia atrapante y ciertos elementos de road movie americana pone negro sobre blanco en el pasado reciente del país, ese que muchos se ufanan en  negar y que pide a gritos ser descubierto, tratado y exorcizado de la vida de aquellos que sufrieron la pérdida de familiares o conocidos por ser contrarios a la ideología del régimen del dictador.

En La Isla mínima Rodríguez Librero abre los títulos con un plano general, picado, y dejando al descubierto la geografía de una isla que se asemeja muchísimo a los lóbulos de un cerebro humano (el uso de la metáfora visual es impactante ya que, a los pocos minutos, y con el conflicto planteado queda más que claro que el director usó esa isla perdida en las marismas del Guadalquivir para representar los secretos que se esconden en lo más recóndito del inconsciente colectivo de la sociedad hispana).

Y es allí, en ese espacio hostil y enjambrado donde comienza a contar una historia con elementos más que interesantes que la asemejan a un thriller, un film noir y hasta por momentos una road movie ya que abundan las escenas de carreteras, persecuciones y una dupla de actores comparables a cualquiera de las mas famosas que haya dado el cine a lo largo de la historia (y tomen como ejemplo desde Starskey & Hutch hasta la de Javier Cámara y Santiago Segura en Torrente).

La historia de la isla transcurre en los años de la transición, esos que sirvieron de puente entre la muerte de Franco y la aparición de la “movida”. A la isla perdida en medio del Guadalquivir llegan dos policías madrileños (Raúl Arévalo y Javier Gutierrez) que deberán investigar la desaparición de dos adolescentes que faltan a su hogar desde el momento en que habrían asistido a una entrevista de trabajo.

Los dos policías son muy diferentes entre sí, uno de ellos, mas joven (Arévalo) cuestiona sistemáticamente el modus operandi del otro (Gutiérrez) quien cree seguir viviendo en el franquismo sin enterarse de que, con la democracia, hay prácticas que no pueden seguir utilizándose.

De esa forma comienzan a investigar la desaparición de las hermanas y a medida que comienzan a interrogar testigos y a cruzar mucha de la información que van obteniendo se dan cuenta de que el panorama es mucho más complejo de lo que pensaban ya que la isla, en apariencia pequeña y con una población ínfima, esconde secretos, prácticas siniestras y negocios oscuros en los que ningún estrato social parece quedarse fuera.

Pero para el policía que encarna Arévalo lo macabro del caso no sólo se agota en la desaparición de las muchachas y en los testimonios de algunos pobladores que parecen salidos de un film de horror, sino que, por el contrario, a medida que conoce a su partenaire toma conciencia de que en realidad no es el policía honorable y experimentado que dice ser sino que, muy por el contrario, tiene sobre sus espaldas la responsabilidad de haber participado activamente del pasado reciente del país, razón por la cual el joven compañero no duda en ubicarlo dentro del listado de posibles sospechosos o bien de aquellos en los que no es conveniente confiar.

El film es una pieza interesante, con una historia que abunda en elementos de thriller, un muy buen manejo del suspenso (de un modo adecuado y en los momentos indicados) y un elenco que resulta una acabada muestra de los nuevos talentos del cine español (la incorporación de Antonio de la Torre como el misterioso padre de las jóvenes desaparecidas completa la tríada que enaltece la obra).

Desde lo visual fue desarrollado con una estética típica de las películas americanas, razón por la cual en varios momentos la trama se vuelve un oxímoron que rebota con los tonos castizos de los personajes reflejados en el habla, la música y en muchas de las actitudes que se ven forzadas al elegir tamizarlas –y adaptarlas- a las formas del cine estadounidense. 

Con esta pieza Alberto Rodríguez Librero no sólo consiguió acercarse a los crímenes cometidos durante el Franquismo (lo cual ojalá sirva para que la sociedad de su país comience un debate serio y profundo) sino que además fue premiado en festivales internacionales como el Goya, San Sebastián, además de darle al director la posibilidad de que lo nombraran Hijo predilecto de Sevilla, galardón máximo otorgado a los andaluces que trabajan por la cultura u otras disciplinas.

LA ISLA MÍNIMA (2013-España), Dirección: Antonio Rodríguez Librero, Guión: Antonio Rodríguez Librero y Rafael Cobos, Elenco: Raúl Arévalo, Javier Gutierrez, Antonio de la Torre, Nerea Barros, Música: Julio de la Rosa, Fotografía: Alex Catalán, Montaje: José Moyano (Duración: 105´-Color).

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