Por estos días la prensa nacional – y buena parte de la internacional- se está haciendo eco del derrotero que viene experimentando La Patota (remake de Santiago Mitre) basada en el clásico de Daniel Tinayre (y protagonizado por Mirtha Legrand) ahora por Dolores Fonzi (en el papel de Paulina) y Oscar Martínez (en el papel del padre de la joven, juez, antes en la piel de Pepe Cibrián).
Quienes leen este blog – o me conocen más profundamente- saben de mi aversión acerca de las remakes o de las segundas partes de aquellos filmes que funcionaron y que se los pretende usufructuar hasta el hartazgo. Pero el problema no es que se quiera usufructuar con ellos (después de todo, el cine además de arte, es también industria y es sabido que hay gente que decide ir en pos de la primera opción y, otros, por suerte no siempre eligen la segunda) sino que lo que más llama la atención es cuando se apela a la "reversión" para asegurarse una entrada fácil al circuito “on” sin utilizar la creatividad y sólo apelando a fórmulas ya probadas, que, en la mayoría de los casos sólo terminan demostrando la falta de inventiva de algunos directores para generar ficción o la falta de compromiso con la tarea creativa para idear un proyecto desde los orígenes.
Soy un amante y defensor a ultranza del cine nacional (sobre todo del clásico) y creo que algunas películas que tan hondo calaron en el inconsciente colectivo no deberían ser reversionadas. No me imagino una versión moderna de Rosaura a las diez, La cabalgata del circo, Dios se lo pague o de tantos otros que forjaron parte de la historia de nuestro cine y que ya dejaron de ser simplemente films para transformarse en verdaderos documentos históricos (razón por la cual integran la filmoteca del museo del cine).
Por eso cada vez que aparece una remake o reversión de un film previamente rodado decido ver la nueva versión como si se tratara de una película autónoma, olvidando que sobre ella pesa el fantasma de otra que, alguna vez, fue un éxito. Creo que es la forma mas objetiva de tratar a un film que tiene esas características y la mejor opción para deshacerse de los prejuicios y los preconceptos que incidirían en la crítica final, lo cual no sólo no sería justo sino, además, de una falta de objetividad y criterio, dos vicios de los que un crítico debería adolecer.
Pese a todo, cuando La Patota de Santiago Mitre llegue a las salas porteñas prometo ir a verla. Eso sí, la voy a ver como si se tratara de una ópera prima y despojado –lo más que pueda- de las impresiones que me dejara la versión anterior. En ese aspecto (y con esa modalidad) supongo que podré apreciar y ,porque no compartir, muchos de los elogios que recibió en la Quincena de realizadores de Cannes y en otros festivales en los que cosecha loas y aplausos por donde va pasando.
SOBRE LA PATOTA DE DANIEL TINAYRE
Daniel Tinayre fue uno de los grandes cineastas que supimos cosechar en los años dorados del cine argentino. Nacido en Francia y con una gran influencia de las tendencias cinematográficas de entonces (tales como Hitchcock, Godard o Buñuel) Tinayre desplegó una filmografía muy interesante, con temáticas complejas, cargadas de psicologismo y verdaderamente vanguardistas para la época (sobre todo si se tiene en cuenta el conflictivo marco histórico nacional en el que las llevó a cabo).
Pero claro está que su matrimonio con la mayor diva cinematográfica de este país lo sumió en un segundo plano y, aún pese a tenerla como la musa de muchas de las piezas que filmó, siempre estuvo a la sombra de su esposa y lo alejó del reconocimiento genuino que merecía su capacidad como director (la cual está comenzando a ser reconocida en los últimos años).La patota es para muchos críticos una de las mejores piezas de Tinayre. Ubicada casi en la mitad de su prolífica carrera en ella se pueden observar muchos de los elementos que caracterizaron su particular estilo, pero como un claro signo de haber alcanzado su más alta perfección.
La trama cuenta la historia de Paulina (Mirtha Legrand) una joven de clase alta, hija de un juez ya retirado (Pepe Cibrían) y que en el momento de su graduación como profesora de Filosofía se encuentra de novia con un joven médico, interpretado por Ignacio Quiroz. A poco de obtener su título Paulina comienza a trabajar en una escuela nocturna con una población adulta y eminentemente masculina que proviene de los sectores más bajos de la sociedad. Y allí es donde sobreviene el drama, ya que una noche, cuando un grupo de jóvenes –“La patota” representada por Alberto Argibay, Walter Vidarte y Luis Medina Castro- deciden secuestrar y abusar de una prostituta, la confunden con ella y la vuelven el objeto de sus más bajos instintos.
A partir de allí la vida de Paulina se verá terriblemente afectada y comenzará a experimentar el dolor del ultraje, el rechazo de su padre (quien le reprocha que lo que le sucedió es la consecuencia del capricho y la desobediencia) y el trauma de sentirse impura e incapaz de continuar la relación con su novio. Pero lo cierto es que el drama se vuelve más a siniestro aún al tener que compartir a diario el aula con quienes la violaron sin que ella siquiera lo sospeche.
El film cuenta con varios aciertos pero es el guión escrito por Eduardo Borras (uno de los más complejos y elaborados del cine de aquella época – sólo comparable al de Rosaura a las diez, del genial Mario Sóffici) el que posibilita que Tinayre pueda lograr una pieza de tamaño nivel. La estructura de flashbacks que dotan al espectador de la información necesaria para reconstruir en imágenes el melodrama de Paulina (y la voz en off de Mirtha Legrand aumentando la carga expresiva y dramática) justificaron el por qué la pieza se alzó como una de las elegidas por el público de aquellos años.
Sin embargo, el melodrama no es el único elemento que se advierte en el film. Muchas de las temáticas que se vislumbran tanto en los conflictos, los personajes así como en los diálogos, son la resultante de procesos sociales acaecidos en la convulsionada década del sesenta. De esa forma el autor se valió de profundas cuestiones humanas (muchas desprendidas de la figura del psicoanálisis, tan en boga por aquellos años) tales como la liberación femenina (Paulina no es otra cosa ya que estudia Filosofía - una carrera hasta el momento vedada a los hombres-, lucha por su independencia, se opone al modo de vida arcaico prodigado por su padre y logra tamizar a través de la razón la tragedia que le tocó vivir sin odios ni rencores), las consecuencias de la falta de educación, la peligrosidad que suponen aquellos que no consideran al prójimo de manera respetuosa (no es otra cosa lo que encarna la patota) y la rigidez que por entonces manifestaban algunas instituciones como la familiar (el padre deja de hablarle cuando se entera de la violación) o la escolar (representada en la directora que la despide ante el rumor de que se encuentra embarazada sin estar casada).
Ahora bien, dentro de esa línea de análisis llama la atención que Borras no haya dedicado alguna línea crítica a la Iglesia como institución y, por el contrario, la utilice como la rectora de los principios morales en los que se mueven muchos de los personajes. El film abre con una cita bíblica y cierra con un mensaje de buen cristiano en el que explicita que si con ese film se logra que deje de cometerse un solo hecho como el que le tocó vivir a Paulina, el director se sentiría más que satisfecho.
A su vez, Paulina en varias oportunidades declara su condición de “creyente” y en todo momento exalta su capacidad redentora y compasiva (en el diálogo con Argibay, uno de sus abusadores, le expresa que no hay odio en su ser a la vez que lo insta a que no abandones el colegio ya que debe convertirse en el ingeniero que siempre soñó, colocando su dolor y tragedia por sobre el beneficio del otro, lo cual la convierte literalmente en una mártir).
Por todo ello La patota en su versión original es una de las grandes películas del cine argentino. Una obra de avanzada para la época y que se jugó a echar luz acerca de la tragedia de la violación y el posterior estado de indefensión y vulnerabilidad en que queda quien la padece (entre los cuales no tuvo problema en sumar la cuestión del aborto, uno de los grandes tabúes de la sociedad argentina y que aún hoy sigue generando debates).Está más que claro que desde entonces hasta hoy la mentalidad de los argentinos cambió. Las diferentes formas de las violencias de género (y uso el plural porque pueden adquirir diferentes formas), si bien siguen sucediendo, en la actualidad se cuenta con otros mecanismos (como el de debate, los legales, el abordaje interdisciplinario) para su tratamiento.
Me pregunto de qué manera abordaría el público actual la problemática sufrida por aquella Paulina interpretada por Mirtha Legrand. Desde entonces mucha agua ha corrido bajo el puente y la distancia temporal, como es sabido, siempre resignifica las problemáticas. Quizás las respuestas habría que buscarlas en otra película de temática similar y que puede ser, porque no, la reversión multipremiada y cargada de loas de Santiago Mitre.
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Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Daniel Tinayre por José Martínez Suárez
Calificación: *** (Buena)
LA PATOTA (Argentina,1960), Dirección: Daniel Tinayre, Guión: Eduardo Borras, Elenco: Mirtha Legrand, Milagros de la Vega, Ignacio Quiroz, Pepe Cibrián, Walter Vidarte, Luis Medina Castro, Música: Billy Cafaro, Fotografía: Antonio Merayo (Duración: 88´-ByN)