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17 Mar
17Mar

Se caía de maduro que luego de que dejara de ser el Arzobispo de Buenos Aires y mutara en el carismático Papa Francesco I, Jorge Bergoglio se transformaría en un blanco propicio para la proliferación de biopics de todos los calibres y tenores. Ahora bien, tan compleja es la realidad del país en el que vivimos y los personajes que la pueblan (y la llevan a cabo a diario) que no iba a resultar extraño que la primera producción cinematográfica acerca de la vida del padre Jorge salieran de la cabeza de un director argentino.  

Quien recogió el guante para contar y desentrañar la vida del Papa Francisco fue nada menos que el talentoso cineasta y guionista Beda Docampo Feijoo, quien jugara un importante papel en la cinematografía nacional de la post-dictadura y que, con los años, sumados a su vasta experiencia logró convertirse en un verdadero referente teórico al punto de transformarse su obra en material de estudio en diferentes universidades y en  las más prestigiosas escuelas de cine del país y del mundo.

En Francisco (El padre Jorge) Docampo intenta desmitificar al hombre que desde su asunción en 2013 se transformó en uno de los personajes más famosos del mundo (recordemos que pocos papas en la historia reciente lograron ser tapa de revistas como Time, People, Forbes,Newsweeks, Fokus o, incluso, la Rolling Stone, dedicada al público juvenil pero que no dudó en incorporarlo como una de las grandes promesas de los nuevos tiempos).

Quizás esa sea la razón por la cual Feijoó decidió apartarse del cliché y se jugó a mostrar la cara oculta de ese hombre que durante más de los dos tercios de su vida, lejos de los lujos y las excentricidades del Vaticano trabajó incansablemente en los rincones más vulnerables y desiguales de Buenos Aires, luchando contra gigantescos molinos que giraban sus aspas alimentadas con vientos de corrupción, desigualdad social, narcotráfico, prostitución, muerte y un poder político que para legitimarlo como enemigo no dudó en asociarlo con los oscuros años de la dictadura y que luego, cuando fue consagrado al papado de Roma, no tuvo la más mínima vergüenza en cambiar el discurso y utilizarlo como trofeo de guerra bajo la insignia de “Francisco: un Papa peronista”.

Desde los primeros minutos del film, el espectador sabe que no se va a encontrar con el hombre vestido de blanco con sonrisa diáfana, que abraza a los pobres de espíritu, besa a niños con enfermedades incurables o que escucha a todos aquellos que alcanzan la gracia de estar a su lado aunque sea unos minutos  frente a las puertas de la Basílica de San Pietro. 

El Francisco de Feijoo, por el contrario, representa una especie de alter-ego que al ser visibilizado y potenciado por su forma de ejercer el poder aumenta en el espectador la idea de grandeza y explica muchas de las actitudes que el mundo espera de él y que día tras día se va convenciendo de que no las llevará a cabo porque no están ni en su naturaleza ni en su escala de valores.En el discurrir de esa cara oculta (o poco conocida por el mundo) Darío Grandinetti de modo magistral le pone el cuerpo a las vicisitudes con las que tuvo que luchar el Padre Jorge en todos los años que vivió en Buenos Aires y que, desde muy joven, sabía que las iba a sufrir ya que siempre tuvo en claro que el camino para difundir la palabra y llegar a Dios no eran tarea para nada sencilla. 

Y en ese aspecto, la relación que traba con la periodista española que viene al país para escribir sobre su vida y obra sacerdotal funciona perfectamente no sólo como hilo conductor para recorrer la última parte de su vida antes de ser consagrado Papa sino para ejemplificar el costado sensible, afectuoso, comprometido y hasta humorístico que conocían muy bien quienes estuvieron a su lado llevando a cabo la obra evangelizadora y social que supo desplegar desde su rol como arzobispo de la catedral porteña.

Como consecuencia, esa sucesión de hechos puestos en pantalla imprimen en la mirada del espectador la sensación de que la película de Docampo Feijoo funciona como una reivindicación del personaje y que intenta, a partir de lo singular, pequeño y hasta obvio de aquello que, se supone que es la función que debe desplegar un sacerdote, llegar a la justificación de porque él -mas que ningún otro- contaba con los méritos suficientes para ser elegido como el pontífice máximo de la cristiandad. 

De ese modo, a través de la puesta en escena de aquellos datos que pocos conocían la figura de Bergoglio sometida a la mirada de Feijoo y puesta en el cuerpo de Darío Grandinetti parece alcanzar la redención tan ansiada que, dese muchos sectores – e incluso actores- de la vida social y política argentina lo combatieron y lo utilizaron con fines “non sanctos” durante mas de una década. 

Así, con imágenes que se transforman en argumentos sólidos y que exaltan el costado más humano del personaje se desvanecen las teorías que lo ubicaban como partícipe en los actos aberrantes de la última dictadura o de su connivencia con actos de pedofilia o corrupción dentro del seno de la iglesia.Desde el punto de vista narrativo y visual Francisco no es una gran película (la calidad de imagen, el montaje un tanto discutible o el racconto fragmentado del relato así lo demuestran) pero sí lo es desde el punto de vista del efectivismo que produce a la hora de ilustrar y mostrarle al mundo cómo era la vida de ese hombre que, un día, partió desde Buenos Aires hacia Roma con una valija casi vacía y, en cuestión de horas, dejó atrás la vida que había llevado hasta entonces para transformarse en el máximo padre del catolicismo.

El hecho de que la primera producción acerca de la vida de Francisco haya sido argentina se supone algo positivo ya que, a partir de ahora, quienes se decidan a contar la vida de Jorge Bergoglio deberán tenerla en cuenta no sólo como antecedente sino también como fuente ya que, cuando de producciones extranjeras se trata, suelen cometer errores inadmisibles a la hora de construir sus relatos (recordemos casos como la Evita de Alan Parker que propone un encuentro entre el Che Guevara y Eva Perón –algo totalmente anacrónico e irreal- o la resemantización que ocurre en la Evita protagonizada por Faye Dunaway en la que desde un tren se ve un cartel que dice “Tadnil” en vez de Tandil o la reciente X-Men donde el protagonista busca el rastro de supuestos nazis en Villa la Angostura y el cartel que aparece en pantalla sorpresivamente dice “Villa Gessell”).

A partir de ahora, luego de la posta iniciada por Docampo Feijoó seguramente vendrán decenas de versiones biopics sobre la vida y obra de Jorge Bergoglio. Quienes decidan mantener la llama del personaje, deberían indagar en algunos aspectos que esta primera producción no tuvo en cuenta y que son los datos relacionados con su familia (en ésta solo aparecen con carácter protagónico su madre y su abuela pero nada se dice acerca de su hermana y sus sobrinos, con quien los unió una relación estrecha hasta el momento en que fue nombrado Papa) o bien acerca de la relación que tuvo con los últimos gobiernos ya que su obra eclesiástica era la consecuencia inevitable de la aplicación de políticas llevadas a cabo por ellos. 

FRANCISCO, El padre Jorge (Argentina-España, 2015), Dirección: Beda Docampo Feijoo, Guión: Beda Docampo Feijoo y Cesar Gomez Copello (basado en el libro de Elisabetta Piqué), Elenco: Darío Grandinetti, Silvia Abascal, Leticia Brédice, Carlos Hipólito, Alejandro Awada,Jorge Marrale, Emilio Gavira, Blanca Jara, Alan Ferraro, Leonor Manso, Naia Guz Sánchez, Laura Novoa, Emilio Gutiérrez Caba, Marta Belaustegui, Carola Reyna, Música: Federico Jusid, Fotografía: Kiko de la Rica. (105´- Color).

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