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28 Feb
28Feb

“La censura sería el preservativo del cine para evitar la reproducción de ideas” 

LA CENSURA, ESE OSCURO OBJETO DE DESEO

A lo largo de la historia la censura fue uno de los peores enemigos con los que tuvo que convivir el cine. Pensada como control de contenidos y como medio eficaz de profilaxis para evitar la propagación de hábitos o ideologías no deseadas, su utilización se hizo de modo discrecional y les permitió, a los gobiernos que la implementaron, un control abusivo y que subestimó la capacidad de pensamiento del público sobre el cual la ejercían. En el caso de nuestro país la censura se volvió una “condictio” en diferentes gobiernos, quienes ya sea que hayan sido elegidos por el pueblo o bien llegados al poder de manera ilegal, hicieron de ella una de sus banderas más importantes arrogándose la policía del pensamiento y seleccionando, de manera absolutamente deliberada, qué podían ver y que no los argentinos.  

Es así como en ese discurrir de la política nacional, muchos films de gran prestigio (y que hoy se pueden ver sin las más mínimas restricciones en cualquiera de las plataformas de cine) en otras épocas significaban verdaderas muestras del pecado o de ideas indeseables que atentaban contra el orden, la moral, las buenas costumbres y todos aquellos elementos que una nación consolidada en buena ley no se podía permitir. Así es como desde que el cine demostró ser una entelequia mucho más profunda que el aparente extraño binomio Arte-Industria, los países que contaban con una producción cinematográfica significativa elaboraron a través del aparato del estado, una serie de leyes regulatorias de la actividad y, a través de ellas, delinearon el canon ético y estético de la moral pública. Y es a partir de allí que comienza a contarse otra historia: la de los hombres que la padecen. 

EL HOMBRE, ARTÍFICE DE SU TIEMPO 

El de Néstor Gaffet es un claro ejemplo de cómo la gran historia incide y determina a las pequeñas historias, esas de seres humanos que la atraviesan a diario y que padecen o celebran las decisiones políticas que dictan los estados en los que les tocó nacer en suerte (o ante la ausencia de ella, como es el caso de este personaje). Nacido en La Plata en 1928, desde muy joven Gaffet supo que el cine sería el lugar donde pasaría el resto de su vida y, a partir de esa revelación obró en consecuencia. Recibido de abogado y ya empleado en una repartición pública del poder judicial, Gaffet se las rebuscó para estar cerca de las causas relacionadas con cuestiones cinematográficas y, desde allí, acercarse a los litigios que tenían como partes del proceso a los más selectos productores y piezas de la cinematografía nacional. 

Es allí donde comienza no sólo a relacionarse con grandes nombres de nuestra historia del cine sino que, además, pergeña y analiza las trampas que se podían hacer utilizando los agujeros negros de las vetustas leyes de cine y así poder eludidir el implacable peso de la censura nacional. Así es como después de algunos años como empleado judicial, decide hacer carne el deseo de ser un hombre de cine y comienza a andar sus primeros pasos como distribuidor, productor y posterior guionista. 

En ese derrotero por el mundo del séptimo arte, Gaffet visitó festivales internacionales, tejió vínculos con grandes cineastas, acompañó en varias oportunidades a sus amigos Leopoldo Torre Nilsson y su esposa Beatriz Guido en las presentaciones de sus películas y también intervino en varios programas de televisión de la época en los que analizaba la situación del cine y explicaba sobre las consecuencias de tener órganos de censura que atentaran contra la libertad de pensamiento y de expresión, ambas cercenadas en varias de las tantas disrupciones del orden democrático que padecieron los argentinos a lo largo del siglo XX (la frase del epílogo que en voz en off expresa: “Gaffet atravesó catorce presidentes, sólo cuatro de ellos elegidos por el pueblo” así lo demuestra)

Sin embargo, no sólo la distribución de películas o las relaciones públicas fueron parte de su labor y compromiso con el cine ya que Gaffet desplegó un interesante trabajo como productor y guionista en algunas de las piezas más reconocidas de nuestra cinematografía vernácula. Así es como en 1959 produjo Fin de Fiesta junto a su íntimo amigo Leopoldo Torre Nilsson y en 1960 Un guapo del 900 y Prisioneros de la noche. En 1961, Piel de verano y La mano en la trampa, en 1962 Homenaje a la hora de la siesta, en 1964 La espada de Ivanhoe, en 1966 Cuarenta grados a la sombra, El Rey en Londres y Una sueca entre nosotros, en 1967 Chao amor, en 1971 Un guapo del 900, en 1974 Boquitas pintadas, El mariscal del infierno y Los poseídos de Satán. Además, en 1971 fue guionista de Un guapo del 900. 

Con todo lo expuesto queda claro que Un hombre de cine cuenta con todos los elementos para transformarse en un documental interesante (se centra en un personaje que vale la pena ser rescatado por sus ideales y compromisos con el mundo del arte, un país que expone un telón de fondo acontecimental complejo y la connivencia de la iglesia en la elaboración de un plan sistemático para controlar la mentalidad del pueblo argentino) pero lo cierto es que el hecho de que esté pensado, guionado y relatado por su propio hijo hacen de la pieza una verdadera vindicación no sólo para la figura de su padre, sino también, para todos aquellos hombres que como Gaffet, dedicaron su vida al mundo del cine. 

Haciendo uso de la tercera persona del singular y en su propia voz, Hernán Gaffet nos presenta a su padre en la pantalla y a partir de su relato y la exposición de imágenes, dibujos animados y una selecta elección de entrevistas (entre las que se encuentran Leopoldo Torre Nilsson, Beatriz Guido, Edgardo Cozarinsky, Horacio Verbitsky y Alejandro Saderman) deja al descubierto su importancia para el mundo del cine y cuánto bregó para que en nuestro país se pudieran ver obras de la cinematografía mundial como Morir en Madrid (la cual pudo exhibir algunos años después de su estreno original ya que la censura nacional creía que atentaba contra la figura de Francisco Franco con quien pesaba entonces una excelente relación interestatal) Juventud, divino tesoro de Ingmar Bergman, El año pasado en Marienbad de Alain Resnais , lo más selecto de Roberto Rossellini, Federico Fellini, diferentes cineastas polacos o hasta el controvertido El último tango en París de Bertolucci, que le valió más disgustos que satisfacciones al tener que enfrentarse con Paulino Tato, el déspota censor que entró en los anales de la historia como el monje negro del cine nacional. 

Pero lo cierto es que no sólo en exaltación o en mera loa a un gestor cultural importante se queda Un hombre de cine, sino que, por el contrario, va más allá al poner al descubierto la capacidad militante, política y ejecutora de Gaffet para evitar que las grandes piezas del cine internacional y nacional fueran mutiladas y con ellas, además, se viera cercenada la capacidad de que los espectadores pusieran -a través de ellas- a funcionar la peligrosa maquinaria del pensamiento. 

En ese sentido, la inclusión de entrevistas a Fernando Martín Peña (el hombre que más sabe sobre cine argentino en estos tiempos) suponen una verdadera “cita de autor” y le imprimen al relato la seriedad y peso académico que requiere la intromisión del cine en cuestiones históricas. El hecho de que Hernán Gaffet hable de su padre asépticamente (como para no manchar con sus sentimientos la grandeza del personaje que nos propone conocer) es un elemento que más allá de teñir el relato de cierta solemnidad y carácter decimonónico, se torna emotivo y acerca al espectador cuando sobre el final, cambia el registro y expone el último viaje a Europa que compartió con su padre, el cual ilustra con fotografías hoy consideradas “retro” (esas con cierto viraje al rojizo típicas de los años setenta). 

Allí es donde el espectador advierte que, la figura de Néstor Gaffet, además de ser la de un hombre que puso toda su vitalidad y pasión al servicio del cine argentino, se esconde la de un ser que, pese a sus errores y ausencias, fue un gran padre, tanto que le dejó a su hijo la herencia más importante que se le puede dejar: la del amor por el cine. Al finalizar el film, como espectador, sobreviene una sensación de enorme gratitud hacia Hernán Gaffet por exponer a su padre, personaje invisibilizado en la historia del cine argentino y que deja en claro que la gran historia, esa que puebla los manuales y engrosa corpus académicos, se empieza a contar, siempre, a partir de las acciones de pequeños hombres que dejan un legado imposible de ocultar. 

Calificación: **** (Muy buena)

UN HOMBRE DE CINE (Argentina, 2022) Dirección: Hernán Gafett, Intervenciones de entrevistas a Beatriz Guido, Leopoldo Torre Nilsson, Edgardo Cozarinsky, Horacio Verbitsky, Alejandro Saderman, Fernando Martín Peña. Guión: Hernán Gaffet, Música: Guillermo Romero, Fotografía: Tomás Ridelinir, (Color -113’)

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