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16 Mar
16Mar

“Mi tribunal es el de Dios y a él me remito. Acepto con resignación el sufrimiento, que por tantos caminos de la maldad humana pueda llegarme”

De todas las películas de Luis Buñuel, Nazarín es, sin lugar a dudas, la más religiosa y teológica de todas. Y eso no es una rareza, ya que el tema de la religiosidad (identificada en la clara exhibición de elementos icónicos cristianos que abundan en su cine) es el punto sobre el cual el cineasta más minutos de celuloide ha dedicado a lo largo de su obra y uno de los que según los estudiosos de su filmografía, más placer le proporcionaba incorporar.

Por eso, no es casual que – conociendo su inclinación hacia el fantástico y misterioso mundo de todo aquello relacionado con el universo clerical – se haya deslumbrado por la historia de Nazarín, novela escrita por el español Benito Pérez Galdós, en la que se cuentan las desventuras que debe sortear un sacerdote que intenta cumplir hasta más no poder con los preceptos que la iglesia católica le exige por haberlo nombrado uno de sus ministros.

Si se compara la obra de Galdós con la adaptación que hizo Buñuel para poder llevarla a la pantalla grande, se podrán advertir algunos cambios respecto del texto original. En la versión literaria, la historia transcurre en la España de fines del siglo XIX y la mentalidad de la sociedad que plantea, coincide con los años de oscurantismo a los que la iglesia sumió al pueblo castizo de entonces, los que a los ojos del director, podían trasladarse perfectamente a los años del Porfiriato mexicano, período que finalmente eligió como marco temporal para contar su versión de la historia.

Es por eso que el Nazarín propuesto por Buñuel, transcurre a finales de la dictadura de Porfirio Díaz, y relata la historia de un humilde sacerdote (interpretado por un joven Francisco Rabal) que habita en una pensión llamada “El mesón de Chanfa” y en el que subsiste más por la caridad de los ricos del pueblo que por lo que la iglesia le paga como retribución por sus actividades sacerdotales. 

A su vez, en la misma casa habita un pequeño grupo de prostitutas y una jovencita a la que un desengaño amoroso la ha sumido en la más profunda de las depresiones (haciéndola creer que la única salida posible para huir del doloroso desengaño es el suicidio). Y es con ellas justamente, que el sacerdote más relación tendrá, ya que las ve como ovejas descarriadas a las que él tiene el mandato de recuperarlas para la vida cristiana. 

Así es como, en forma tranquila y mesurada transcurren los días del religioso en la austera habitación que ocupa en el pensionado, pero un día, un episodio fatal lo saca del ostracismo en el que vive y le marca un nuevo rumbo en su vida. El giro sucede una noche en la que una prostituta (personificada por Rita Macedo) llega hasta su cuarto con varias puñaladas en el hombro, y le pide que le dé refugio por que acaba de matar a una compañera en una riña callejera y la persigue la policía.

Nazarín, apelando a la piedad que debe guardar por ser un ministro de Dios, accede a brindarle protección y asistencia, aclarándole que en cuanto se recupere debe entregarse a la policía y le recuerda que sólo Dios es capaz de juzgarla y perdonarla siempre y cuando haya arrepentimiento en su corazón.

Pasado un tiempo, (el suficiente como para que le mujer se recupere de la herida mortal y reflexione acerca de un cambio en su vida) llega la jovencita que cohabitaba con ellos en el mesón y les da la noticia de que la policía descubrío el escondite y vienen por ella. Nazarín decide salir de la casa para que cuando llegue la policía no lo vea y le aconseja a la prostituta que escape cuanto antes si no quiere que la detengan, pero la mujer, al quedarse sola en el cuarto y presa de una ira incontrolable, hace una montaña con los muebles, cuadros y santos que hay en ella y los prende fuego, provocando graves destrozos en el mesón.

A los pocos días, la policía cita al cura para que testifique en la causa, y él, fiel a los preceptos cristianos, confiesa absolutamente toda la verdad por el encubrimiento (invocando su deber de piedad) razón por la cual la Iglesia, decide quitarle los poderes sacerdotales, arrojándolo al mundo laico como un individuo común.

A partir de allí, munido nada más que con las ropas que viste y un pequeño morral en el que lleva sus escasas pertenencias, el cura comienza a peregrinar por las ciudades del interior de México, en las que para ganarse un plato de comida, no sólo debe trabajar duramente en la construcción, sino también pelearse con las mafias que manejan los grupos de trabajadores en las diferentes obras a las que asiste y en las que debe hacerse un lugar a base de riñas.

Con esta obra, Buñuel alcanza un doble mérito en lo que a historia del cine respecta. Por un lado, logra que Nazarín sea considerada una de las mejores en la historia de la cinematografía azteca (de hecho ocupa el puesto número 6 en el ranking de los 100 mejores filmes mexicanos) y por el otro, por que en ella incorpora algunas de las imágenes más inquietantes de su obra, como lo son la niña que arrastra una sábana por las calles desiertas, el Cristo que desde la cruz ríe sarcásticamente (cuando es contemplado por la prostituta dentro de la habitación de Nazarín), la del apasionado beso soñado que acaba en mordisco fatal y la de la piña que sobre el final, una vendedora ambulante le entrega al sacerdote en el mismo momento en que su fe flaquea, y que fue interpretada por muchos como un claro símbolo de tentación.

Lo cierto es que Buñuel, ante este enjambre de opiniones e interpretaciones (en muchos casos carentes de asidero veraz) decidió no intervenir ni discutir sobre ellas, y sólo se limitó a exclamar: “A mí esas escenas me intrigan tanto como a ustedes” para terminar aclarando un tiempo más tarde que “No hay teorías ni metafísicas en mis películas”.

Nazarín de Buñuel, más allá de plasmar la apasionante y sobresaltada vida del sacerdote tal cual como la ideó Benito Pérez Galdós, es una excelente oportunidad para reflexionar acerca de qué forma funciona una sociedad cuando le es cercenada la libertad de pensamiento y acaba siendo aplastada por los dogmas que proponen dos instituciones del calibre de la iglesia católica y la dictadura (legitimada como forma de gobierno natural y no como una verdadera aberración política).

NAZARÍN (México, 1958) Dirección: Luis Buñuel, Elenco: Marga López, Francisco Rabal, Rita Macedo, Ignacio López Tarso, Ofelia Guilmáin y David Reynoso. Basada en la novela homónima de Benito Pérez Galdós. Adaptación cinematográfica: Julio Alejandro y Luis Buñuel. (Blanco y Negro, Duración: 95 Min.)

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