Cuando una película es tan publicitada, tan comentada, tan retaceada en trailers minúsculos muchas veces acaba decepcionando al público quien, a modo de defensa, arma su propia historia en la cabeza y luego se encuentra con que en nada se parece a aquello que la pantalla les devuelve.La espera implicó meses de promoción y afiches de todos los tamaños que poblaron la ciudad.
Los primeros planos de la novia con el rimmel corrido y el vestido ensangrentado, de la cocinera con cara de asesina (y la jovencita tomándose el pecho en clara aflicción), el galán con un corte en su frente emulando a Scarface, el señor de los lentes torcidos y manos en el bolsillo (y con cara de ¿y ahora que hago?), Darín (es el único que merece la pena ser nombrado por su nombre real ya que, como sabemos, Darín siempre hace de Darín) mirando al lente en línea recta con brazos atrás y en actitud de "Yo no fuí" y, por último, el cincuentón pelado, de aspecto intelectual y cara de maligno como una encarnación pos moderna del recordado Narciso Ibañez Menta provocaron rápidamente en el público una clara identificación e invitaron a pensar que, entre cualquiera de ellos, podría estar la foto de cada uno de nosotros emulando algún día de furia vivido sin desentonar con el resto del grupo (El uso del "Nos" inclusivo hace perfectamente lo suyo: Todos podemos perder el control)
Al leer la frase recordé que hace unos años, en una clase de derecho penal un profesor le preguntó a un auditorio repleto de estudiantes que le dijera cuál era la diferencia que había entre un asesino y ellos. Los jóvenes, intentando impresionarlo improvisaron los argumentos más dispares y absurdos que podría uno imaginar pero ninguno pudo convencer al docente con una respuesta válida. Una vez que todos terminaron de dar su opinión el profesor miró a ambos lados de la sala y exclamó: “Equivocados todos. Sepan que la única diferencia que hay entre un asesino y ustedes es que él tiene los huevos suficientes para hacerlo y ustedes no”.
Con esa frase poco feliz y recargada de mal gusto bien podría marcarse la delgada línea que divide la psiquis de los personajes creados por Szifrón y la de los espectadores, puesto que eso es lo que son: gente común con algunas dificultades para refrenar sus pasiones aunque, claro está, con muchas agallas para llevarlas a cabo. Así es como tomando esa materia prima y cualidades varias del ser humano, el creador de Los Simuladores pergeña seis historias diferentes entre sí pero que tienen como hilo conductor la violencia irrefrenable como muestra del lado oscuro que en toda psiquis subyace, tal como la definieron los surrealistas al crear su manifiesto.
De ese modo, y como quien ilumina una porción de la noche en medio de un desierto, Szifrón logra con sus historias encantar cual flautista de Hammelin a los espectadores para que se vean reflejados en cada una de ellas y hagan suya la famosa frase de Marx que reza “Nada de lo humano me es ajeno”.
SEIS PERSONAJES EN BUSCA DE VENGANZA
El primer episodio relata una tragedia a bordo de un avión que se desata como consecuencia de años de tortura psicológica, burlas y malos tratos de todo tipo sobre la psicología del piloto que lo comanda (y a quien nunca se le ve la cara, lo cual produce un efecto contradictorio e interesante por partes iguales). La mayoría de la tripulación levanta vuelo y a medida que comienzan a cruzar algunos comentarios para hacer más llevadero el viaje se dan cuenta de la red de casualidades que les deja en evidencia que fueron víctimas de un plan macabro y que ninguno está allí por equivocación.
Lo que sigue una vez planteado el conflicto es de una gran genialidad a la vez que evoca un cierto homenaje al cine catástrofe y oficia de aperitivo para las historias que siguen, las cuales no escatimarán en escenas que bien le harían valer al film el sticker de Parental Advisory (o la versión vernácula de "No intenten esto en sus casas").
En el segundo, la joven se apresura a darle la mesa al único individuo que en medio del temporal se animó a bajar del auto e ingresar al restaurante. El hombre la trata de modo despectivo y la joven lo reconoce: es el usurero que dejó a su familia en la ruina, provocó el suicidio de su padre y acosó sexualmente a su madre. Aturdida por la presencia entra a la cocina y, tras hacer el pedido, le cuenta a la cocinera la situación. La mujer que parece haber dejado los escrúpulos y la moral en el pueblo más cercano, la invita a colocarle veneno de rata en la comida y acabar con él.
La muchacha le implora que no lo haga y, en un diálogo que emula a los melodramas que filmara Almodóvar al inicio de su carrera, le dice que no le teme a la cárcel y que, luego de haber estado allí, descubrió que se sentía más libre adentro que lo que se encuentra afuera. Con semejante personaje y ese estado psiquiátrico sería de perogrullo explicitar cuál es es la resolución del conflicto: una decisión implacable (e indeclinable), un charco de sangre, una tragedia y la culpa eterna de la joven que hubiera preferido no abrir la boca, pero lo cierto es que, para cuando ese planteo llega el crimen ya fue cometido, amaneció y el sol aparece iluminando las caras de las protagonistas como quien descorre el telón y deja en evidencia los cuerpos sobre el escenario, listos, para el aplauso final.
En el tercer episodio un joven con pinta de yuppie atraviesa la magnificencia salteña a bordo de un auto de última generación. La música de fondo a todo volumen oficia como clara metáfora de la distancia que existe entre el modo de vida del hombre y la realidad que aguarda ser vista al otro lado de la ventanilla. Delante de él, un auto desvencijado y repleto de bártulos en el techo es sorprendido por la bocina que el piloto le toca ya que no lo deja desplegar al máximo la velocidad. Se le pega en el camino y le grita una frase desafortunada al chofer del auto lindero. Acelera y sigue.
Pero algunos kilómetros más adelante, como un castigo por la mala acción, pincha una rueda.En pocos minutos la muerte se ubica detrás del telón y aguarda el momento de ingresar a escena. Mientras el hombre de traje hace malabares para cambiar la rueda pinchada, en el horizonte aparece el auto con el conductor que vio mansillada su hombría y buen nombre. Lo que viene de ahí en más es el producto de haber digerido muy bien la obra de Tarantino (reflejada en la estética y en la construcción del plano sonoro) y las piezas del más rancio abolengo del cine de súperacción.
Darín hace lo suyo en un papel que le cabe como traje a medida y que representa ni más ni menos que a un tipo común que debe enfrentarse al injusto y sordo aparato burocrático (lo de sordo es debido al axioma que dice "pague y después reclame"). Esa historia quizás sea la que mayor identificación logra con el público, aunque, si se la analiza en profundidad es en la que más se ve implícita la bajada de línea ideológica de Szifron y que le produjo más de un dolor de cabeza a la hora de hacer la publicidad del film.
Si bien la historia es muy sólida desde el guión y totalmente creíble (ya que nos puede pasar a cualquiera de los mortales que padecemos el tener que desplazarnos por el microcentro porteño) desbarranca al hacer explícito el supuesto enemigo (léase el "Estado" como ente encargado de hacerle imposible la vida al ciudadano más que velar por su seguridad y bienestar) al poner en boca del empleado que recibe la queja, la frase de "haga el descargo en Pasaje Carabelas 251", dirección real del Banco Ciudad, por ende sede administrativa que representa al Macrismo como plataforma dirigencial.
Esta licencia no sería cuestionable si se utilizara como recurso ejemplificador para hacer una crítica corrosiva a la figura del aparato estatal. Pero ello no sucede, ya que para Szifrón la idea de un Estado incompetente sólo parece estar representada en la figura de Macri ( a quien se refieren como el "Jefe de gobierno de la ciudad"y no del gobierno nacional, para el cual sí, en boca de Erica Rivas, adopta un postura cuando ella le dice sin mucha preocupación a unos invitados que fueron asaltados un día antes de la boda que no se preocupen, por que, por suerte y "de a poquito" la inseguridad va mermando.
Así, con esa exposición ideológica manifiesta y extraña para una fiesta de casamiento, da comienzo a la historia en la que la talentosa Erica Rivas interpreta a una novia despechada que descubre que en una de las mesas del salón, se encuentra la mujer que se acostó con su marido durante el último tiempo. A partir de allí lo que sobreviene en pantalla es un mix entre Kill Bill, Despedida de solteros y La fiesta inolvidable, claro está, sin Peter Sellers coloreado de hindú ni el elefante bebé pintado con el símbolo de la paz caminando entre los invitados.
El otro capítulo que cuenta Relatos salvajes es el que protagonizan Oscar Martínez y María Onetto, quienes encarnan a un matrimonio millonario al que la tragedia un día les golpea a la puerta. Su hijo, borracho y casi inconsciente, a la salida de un boliche una madrugada atropella a una embarazada, con la desgracia de que en pocas horas la mujer y su hijo mueren en un hospital.
El joven les revela lo sucedido y a partir de ese momento, el padre despliega todos los contactos para lograr evitar que el joven vaya preso. Y la coartada llega de la forma menos pensada, lo cual expone a la familia a tener que tratar con un sistema judicial corrupto y con su abogado, que hasta ese momento lo creían amigo y descubren su verdadera personalidad.
Como en todo cuento con moraleja, el final porta un mensaje moralizante y pone en tela de juicio el modo en que se debe responder cuando por error se comete un ilícito (en este caso un homicidio gravísimo). Además de dejar al descubierto un sistema jurídico corrupto y que podría tomarse como una crítica (lo cual representa una contradicción en su línea de pensamiento ya que los fiscales pertenecen al fuero de la nación, ése que él tanto sostiene y defiende).
En resumen, Relatos salvajes es una película muy interesante, con un guión impecable, una producción de nivel internacional, un elenco que cualquier realizador quisiera conseguir y actuaciones más que memorables, dado el nivel de actores que la representan. Quizás la inclusión abierta y panfletaria de ideología nada suma a las historias (particularmente en las de Darín y Érica Rivas) y generan en el público cierto rechazo al verse frente a una obra con un gran valor cinematográfico pero que porta, de modo subliminal, un fin propagandístico.
Desde lo técnico, la estructura de cortometraje a la que responden cada uno de los episodios le dan a la película un gran dinamismo y hacen que los 115 minutos se hagan prácticamente invisibles. Si bien el carácter episódico es muy atractivo (y menos complejo desde el punto de vista de la escritura a hora de realizar el guión) la temática de la venganza siempre da mucha tela para cortar, razón por la cual hubiera sido interesante que la vuelta de Szifrón hubiera sido con un largometraje y no con un ensamblado de cortos que, igualmente, resultan muy efectivos a la hora del relato.
Por todo ello, el film es recomendable para ver, disfrutar y reflexionar acerca de la venganza como medio para lograr justicia y, también, sobre algunos de los aspectos expuestos en esta crítica. En cuanto a taquilla, según lo que arrojan las cifras, el éxito está asegurado. Ahora habrá que esperar con el tiempo cuál va a ser el lugar que, dada la crítica y la aceptación del público, ocupará en la historia del cine nacional.
Calificación: ***** (Excelente)