De todos los géneros que supo explotar la cinematografía nacional, el de terror, siempre estuvo en deuda tanto con la industria como con la audiencia. Quizá porque desde sus inicios el cine argentino supo explotar otras temáticas (por ejemplo la de los inmigrantes, el tango, los amores melodramáticos, las historias ligadas a la política o bien aquellas donde se hacían evidentes las diferencias de clases) el terror nunca formó parte del interés nacional y, quienes desde sus inicios fueron amantes del género, la tuvieron difícil a la hora de ver en pantallas aquellas historias que tanto llamaban la atención pero que la industria no producía.
Pero lo cierto es que, más allá de que en el país nunca existió una predilección masiva por el género , eso no significa que desde sus orígenes no se hayan filmado piezas de tales características ya sea de un modo explícito o bien de manera subrepticia en películas que- en apariencias- correspondían a otro género y los directores se las ingeniaban para desplegar allí elementos de terror o del mundo fantástico logrando piezas más que emblemáticas para nuestra filmografía.
Según el detallado análisis que realizaron Alberto Fasce y Mario Varela en los primeros setenta años de producción nacional solo se filmaron unas treinta películas de terror, pero, a partir de 2007, un boom inexplicable logró aumentar esa producción en trescientas. Y allí sobreviene la gran pregunta de ¿porqué se produjo ese considerable aumento? Y por otro lado, la inevitable ¿Qué sucedió con el espectador medio argentino que experimentó un cambio de hábitos y a partir del nuevo milenio incorporó el género dentro de sus prácticas cinéfilas?
Si bien los directores del film no intentan responder a estas preguntas (de hecho, la tesis del documental es bien diferente) a medida que desarrollan el relato para contar la historia del cine de terror vernáculo le acercan al espectador una serie de datos e información que le permiten elaborar una respuesta, aunque ese no sea el objetivo final de la obra.
CONTAR LA HISTORIA DEL CINE DE TERROR ARGENTINO
Antes que un documental en sentido estricto Otra película maldita es la puesta en pantalla de un gran trabajo de investigación y una muestra de la enorme fascinación de los directores por el género. Así es como desde el inicio, el espectador asiste a una línea de tiempo invisible (verdadera columna vertebral del guión) que lo introduce en un recorrido histórico que toma como punto de partida El hombre bestia de Zacarías Soprani de 1935 y finaliza con la versión nacional de Mad Max rodada en la ciudad de Córdoba.
Para ilustrar cada una de las producciones por las que pasan revista, Fasce y Varela seleccionaron cuidadosamente las imágenes más icónicas de esos films y las pusieron en contexto con los testimonios de casi cuarenta entrevistados entre los que se cuentan Carlos Galettini, Horacio Maldonado, Tamae Garateguy, Bebe Kamín, Laura Casabé, Hernán Moyano, Raúl Manrupe, Diego Curubeto, Fernando Martín Peña y Jimena Monteoliva, entre otros tantos realizadores, actores, guionistas, coleccionistas y organizadores de encuentros cinéfilos en diferentes lugares de Buenos Aires.
Sin embargo, más allá del peso que esas entrevistas y las imágenes le proporcionan al film existe otro elemento que hace de Otra película maldita una pieza de visado obligatorio: la acertada incorporación de micro cápsulas que homenajean a las grandes figuras del cine de terror. De esa forma, ubicadas dentro de la cronología propuesta en la historia sobresalen las dedicadas a Narciso Ibañez Menta (gran maestro del terror y que se hiciera popular con su mítica serie “El Pulpo negro” y a Emilio Vieyra (padre del cine bizarro que hizo de las vampiras sensuales un leitmotiv dentro del género)
Además, otro acierto de los realizadores es la incorporación de algunas obras de la cinematografía nacional que, si bien no pertenecen al género de terror ni fueron hechas por directores que hayan trabajado esas temáticas, consideran que por el estilo, la narración, la estética o la incorporación de elementos fantásticos bien vale que sean consideradas influencia vital para la materialización del género. Así es como en ese viaje por las películas de terror aparecen Embrujada de Armando Bo, Nazareno Cruz y el lobo de Leonardo Favio y La casa de las siete tumbas de Pedro Stocki (protagonizada por Soledad Silveyra, María Rosa Gallo y Miguel Angel Solá) entre otras.
CENSURA Y DICTADURA: DOS TÓPICOS DEL TERROR NACIONAL
Siempre que se realiza un relato histórico específico –en este caso el desarrollo del género de terror en Argentina- no deben dejarse de lado los acontecimientos y procesos de la “gran historia” nacional que operan como telón de fondo ya que ellos ayudan a comprender la mentalidad de cada época en la que aquellas fueron concebidas. Y allí es donde el film suma un nuevo e importante elemento.
Es así que en ese discurrir cronológico de la historia argentina, los directores decidieron hacer foco en dos situaciones que no sólo creen que lo determinaron, sino que, además, operan como un espejo de muchas de las tramas que el celuloide reflejó a lo largo de todo el siglo XX. De esa forma, bajo la estructura de subtítulo encubierto Fasce y Varela le dedican un espacio más que interesante al rol de la censura y a echar luz sobre cuan determinantes fueron los diferentes golpes de estado para el desarrollo de la cultura nacional (muchas de las imágenes de los dictadores que conviven en pantalla con las de vampiros, bestias, asesinos y fantasmas provocan una identificación tan grande que el espectador no puede más que reflexionar que en el mundo real, muchas veces, los hombres comunes son más temibles que los seres fantásticos)
Casi sobre el final, se observa una enumeración de los últimos aciertos y éxitos de taquilla que experimentó el género (tales como Sudor Frío, Aterrados, Necrofobia, La segunda muerte, La Plegaria del vidente, El ataúd blanco o Resurrección) y allí es donde los directores dejan en claro que el cine de terror nacional logró ocupar un espacio de privilegio en las últimas dos décadas y que el futuro que le espera es más provisorio aún.
Si se tiene en cuenta el rigor histórico con el que pensaron el guión, la estética que le imprimieron, el ritmo de las entrevistas, la búsqueda y utilización de las imágenes de archivo, el montaje, la adecuada musicalización y el aporte formativo que conlleva en sí la película, no puede menos que ser considerada una de las piezas fundamentales para entender cómo se desarrolló el género a lo largo del siglo XX y como su evolución posibilitó una generación de cineastas que, inspirada en él, lograron llevarlo al lugar que antes le había sido negado.
Por ello Otra película maldita no sólo es un hallazgo del cine documental vernáculo, sino que, además, opera como una excelente enciclopedia para aquellos que quieran realizar un viaje cronológico por lo mejor de nuestro terror o bien para los que quieran iniciarse en el tema. El delicado equilibrio entre la divulgación y el entretenimiento merece una celebración, tanto como muchos de los fotogramas que aparecen en pantalla y que emocionan por habernos formado como espectadores y por habitar, desde entonces, en nuestro inconsciente colectivo.