LA CONSTRUCCIÓN DE UNA MUJER EN EL FIN DE SIGLO
En los años posteriores a la vuelta de la democracia Katja Alemann integraba el panteón sagrado de amazonas exuberantes que regalaba la televisión argentina. Sin embargo, más allá de su cuerpo escultural y su enigmática belleza la actriz escondía celosamente una interesante vinculación con el mundo del arte (su madre, Marie-Louise Alemann fue una de las artistas de vanguardia más interesantes que haya visto este país) y sus incursiones performáticas en el recordado Cemento (por entonces propiedad del artista y empresario Omar Chabán quien además era su pareja) la llevaron a ser una de las constructoras del destape de aquellos años y una gran hacedora en la configuración del nuevo espacio artístico de post-dictadura.
Ahora bien, en esos años de transición la mayoría del público poco sabía de sus intervenciones en aquellos espacios del under y por ello la veían como un fetiche mas con los que fantaseaba la oprimida sociedad de entonces lo cual provocó que su imagen quedara ligada a una femme-fatale en desmedro del talento, el conocimiento y la sensibilidad que le habían sido legadas por provenir de una artista nata. Luego de aquel boom en los años 90 y 2000 Katja tuvo pocas apariciones televisivas y fue la tragedia de Cromagnon ocurrida en el año 2004 (en la que murieron 194 personas en el recital de la banda Callejeros) la que la puso en la escena nuevamente para levantar la bandera de la defensa de Omar Chabán y desde allí exponer su inocencia y deslindarlo de la responsabilidad de lo que ella entendía como una "inevitable tragedia".
Luego de que esa ola mediática se diluyó Alemann volvió al silencio más absoluto y fue recién con el auge de las redes sociales cuando el público volvió a saber de ella y se enteró de su activismo ecologista y sobre cuestiones de la nueva era (al encabezar causas como el cambio climático, la contaminación, el uso de agrotóxicos o bien debatiendo sobre cuestiones políticas coyunturales) lo cual terminó por aniquilar la imagen de mujer objeto de fin de siglo y la dejó expuesta como una verdadera artista comprometida con su tiempo y que se vale del arte y el pensamiento como únicas formas de sobrevivir a los hostiles tiempos modernos.
En ese contexto, aquel cine que la había configurado como la Jessica Rabbit argentina (cuando aparecía con su típico vestido de lamé al estilo Rita Haywoorth con guantes que les cubrían toda la superficie de sus brazos) le dio una nueva oportunidad de mostrar su arte y reivindicarla no solo como actriz sino como una mujer comprometida con su tiempo y poseedora de un conocimiento digno de influencia en las nuevas generaciones en las que la liquidez moderna produce inconsistencias y falsas cosmovisiones.
LA CONSTRUCCIÓN DE UNA PERSECUCIÓN: LA BELLA Y LA BESTIA
En La Sudestada Katja Alemann interpreta a Elvira, una actriz-bailarina (es difícil escindir la necesidad de desarrollar una capacidad artística en el mundo de la danza) que en los años ochenta supo tener un gran éxito y ahora ensaya una obra que supone su regreso y el recogimiento de los aplausos que nunca antes le dieron y que aparecen como necesarios para legitimar su legado como artista. En oposición, la cámara muestra al Sabueso Villafañez (Juan Carrasco) un cincuentón con aspecto fracasado que se gana la vida como detective y que en la historia cumplirá el rol de perseguidor de Elvira luego de haber sido contratado por su ex marido quien teme que ella lo esté engañando con otro hombre.
Así es como la historia de estos dos personajes se entrecruzan en espacios eminentemente porteños configurándose allí una persecución que al investigador le sirve para recoger datos sobre la vida de la mujer y le otorga ,al espectador, un rol omnisciente para que descubra la vida de la artista quien, entre tribulaciones y metafísica, deja en claro que no es una adúltera ni una impostora sino que es un ser con un objetivo preciso y un modo de entender la vida que desestabilizará la visión de mundo del detective.
Pero el punto más interesante del film está planteado en el momento en que el “Sabueso” queda expuesto frente a ella generando inevitablemente un vínculo y debiendo rever su situación frente al caso ya que dicho acontecimiento supone no sólo la pérdida de objetividad respecto del conflicto sino, además, la de la asepsia profesional que requieren ese tipo de encargos. Y todo ello sucede en espacios donde la amenaza de temporales o lluvias todo el tiempo amenazan el desplazamiento de los personajes, a la vez que operan a modo metafórico y generan -en el espectador- la sensación de calma que antecede al huracán.
Cabe destacar que si bien el film está muy bien construido desde el guión (ejemplificados en la cantidad de elementos referenciales que trabajan como analogía de lo que le sucede a los personajes de un modo destacable) deja la sensación de que la historia esconde mucho más de lo que se muestra en pantalla y que la versatilidad y la capacidad interpretativa de Katja Alemann no fueron explotadas en su totalidad. De haberlo hecho, le hubieran aportado a la trama no sólo un ritmo más interesante sino, además, la posibilidad de materializar un duelo actoral memorable ya que la capacidad interpretativa de Juan Carrasco lo hubiera permitido.
La realización conjunta de Daniel Casabé y Edgardo Dicleke (quienes ya habían trabajado juntos en la realización de La forma exacta de las islas y Cracks de nácar) deja la extraña sensación de que el film pudo haber sido otra cosa que finalmente no lo fue. El interesante planteo del perseguidor al mejor estilo cortazariano despliega en el espectador una serie de operaciones psicológicas que no se llegan a satisfacer ni con la entidad dramática de los personajes ni, mucho menos, con la resolución del conflicto.
Por tratarse de una protagonista que pertenece al mundo de la danza, la música es sin dudas uno de los elementos que más ayudan a configurar la atmósfera que propone la trama. Los diferentes sonidos propuestos (y su utilización material dentro del relato) hacen que la pieza sea, en ese sentido, memorable. Al resto de elementos cinematográficos es imposible no adjudicarles una identidad cercana al Nuevo Cine Argentino de los años 90, donde el vestuario, las situaciones y los diálogos se alejan del realismo y bordean, a veces, el territorio del kitsch.
Para concluir, La Sudestada es una película interesante desde la trama y la propuesta estética, aunque no llegue a configurar una empatía profunda con los personajes ni la historia, la cual por momentos parece ser sólo la puesta en escena de dos individuos con los ojos vendados y golpeándose contra las paredes de un laberinto intentando encontrar la salida.
Calificación: ** (Regular)
LA SUDESTADA (Argentina-2023) Dirección: DAniel Casabé y Edgardo Dicleke, Elenco: Katja Alemann, Juan Carrasco, Edgardo Castro, Javier Bacchetta, Cachi Bratz, Fotografía: Leonardo Hermo (ADF) Montaje: David Casabé, Sonido: Santiago Fumigalli (87 minutos-Color)