Desde hace algunos años, los festivales de cine del mundo decidieron incorporar en sus programaciones diferentes filmes referidos a las cuestiones de género y hasta incluso se les dedicó espacios tales como retrospectivas, homenajes, premios especiales y la inclusión definitiva de la temática como género cinematográfico autónomo y capaz de generar sus propias narrativas y estéticas.
En ese sentido el French Film Festival no fue ajeno a esta cuestión y, desde sus inicios, incluyó en su competencia films de temática queer o diversa (según la aceptación semántica que cada espectador crea conveniente) y las expuso ante la mirada de los espectadores para que éstos, a través de ellas, reflexionen acerca de la cuestión y de porqué es necesario utilizar el cine para echar luz sobre aquellas cuestiones que se traduzcan no sólo en un cambio en la mirada de las sociedades sino, además, para promover la caída de antiguos paradigmas que dividen y demonizan a quienes integran las minorías sexuales.
En esta entrega los organizadores incorporaron dos cortometrajes muy interesantes de directores tan jóvenes como nóveles: O sole mío (de Maxime Roy) y Beauty Boys (de Florent Gouelou) los cuales versan sobre dos realidades muy diferentes del colectivo LGBTT y que están relacionadas con la idea de la aceptación. Lo interesante de haberlos incorporado en Competencia oficial reside en que ambos funcionan como contrapunto ya que si bien comparten la temática, cada uno habla de aceptaciones desde realidades y vínculos muy diferentes.
O Sole mio: en este cortometraje que supone un verdadero hallazgo dentro de la historia de la nueva cinematografía queer, Roy se entromete con un tema sobre el colectivo homosexual que, si bien no es tabu, fue poco explorado por los guionistas y que está relacionado con la inevitable y compleja aceptación de un hijo hacia el inminente cambio de condición a transgénero que experimentará su padre. La historia transcurre en una ciudad francesa aislada de la avant-garde parisina y centra el lente en un joven que, luego de muchos años sin saber nada de su padre, recibe su visita pero con un cambio fundamental: está vestido de mujer y en 48 horas será sometido a una operación para cambiar su sexo.
A partir de esa verdad que irrumpe y cambia la realidad que habían experimentado en la relación padre e hijo de los últimos años (en la que el padre no apareció por más de una década ni tampoco se comunicó con su esposa) el joven deberá encontrar la forma de explicarle a su madre, empleada en una pastelería, que su padre apareció de improviso y que necesita todo el apoyo para transitar su cambio de género.
El trabajo actoral que realiza el padre del joven (Jackie Ewing) sostiene de manera magistral la interpretación de un hombre grande, que promedia los sesenta años y que su aceptación como mujer supone haber transitado un doloroso pasado de silencios, doble vida y temor a ser discriminado por una sociedad que, claramente, no es la actual. Al tratarse de un cortometraje y por ser el protagonista de la acción, su trabajo en pantalla explica porqué acapara la atención del espectador y lo posiciona en un lugar en el que deberá rever aquello que se piensa de los vínculos, los lazos familiares y la libertad de los seres humanos de vivir la vida tal cual como desean sin tener que estar atados a una institución (como lo es la familia) o a un dogma impuesto desde las diferentes sociedades.
En Beauty Boys, por el contrario, si bien se mantiene la temática, el planteo es diferente. La cámara de Gouelou se traslada a un espacio más cerrado, ya no es una ciudad sino un pueblo en alguna parte de la geografía francesa. Allí la población que se supone de características rurales prepara un festival de verano para llevar la diversión a los pobladores y celebrar un año de cosecha próspera.
Leo es un joven que junto a dos amigos pasan sus días maquillándose e inspirándose en la estética drag del show-woman Ru Paul y deciden que el evento es el lugar indicado para hacer visibles sus talentos como cantantes y bailarinas y, además, para poder gritar ante el público su condición de homosexuales-Drag Queens (toda una rareza entre los rancheros franceses).
Pero el conflicto comienza cuando el hermano de Leo (supuesto sex-symbol del pueblo, heterosexual, motoquero y líder de una banda de adolescentes violentos) se entera de que aquel aparecerá en público e intentará por todos los medios que eso no suceda.Allí es donde, a diferencia de O Sole mio (donde la aceptación de la condición sexual del padre recae en un hijo comprensivo y sostenedor de la institución familiar) el rechazo absoluto y la utilización de la violencia y el bullying desde el interior del seno familiar aparecen como condiciones inevitables y que determinan el desarrollo de la trama.
El film de Gouelou si bien expone una problemática menos compleja que O Sole mio, deja al descubierto algunas cuestiones que resultan interesantes rescatar y someter a debate tales como la doble moral de los pueblos, las diferencias culturales entre los espacios urbanos y los rurales y lo que le cuesta al ser humano abandonar aquellos prototipos y esquemas que la sociedad occidental acuñó como verdades inexpugnables y que, con el avance de la posmodernidad, deben ser sometidas a revisión sobre todo si se piensa a futuro con una sociedad más libre y justa respecto de aquellos que forman e integran las diferentes minorías.
En ambos casos los realizadores indagan en una cuestión sobre la cual hay mucho por trabajar y que requiere de la educación (y del cine, claro está) para lograr un cambio de mentalidad genuino a nivel global. Solo por eso, ambos valen la pena ser vistos y sometidos a un debate o una reflexión profunda cuando la pantalla ponga "Fin".