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26 Jan
26Jan

En 1979 en algún pueblo de Francia se celebra un baile popular. Allí, mientras todos bailan y beben, May y John (una pareja de adolescentes interpretados por Anais Demoustier y Tom Mercier)  experimentan una conexión especial. El chico le susurra al oído un secreto y el espectador, totalmente fuera del contenido del mismo, inicia un viaje sensorial que atravesará veinticinco años y estará musicalizado con una banda de sonido exquisitamente seleccionada para oficiar de telón de fondo. 

Algunos años más tarde, May asiste junto a sus amigos a una discoteca innominada y con los grandes éxitos pop de los inolvidables años ochenta se reencontrará con John. Si bien el encuentro se tiñe de cierta desmemoria por parte del joven, rápidamente surge aquella conexión que los volvió inseparables y que les hizo caer en la cuenta de que eran el uno para el otro. 

A partir de entonces, ambos personajes quedarán como abducidos por la disco (por lo cual al cinéfilo avezado le será imposible no relacionar aspectos de esta historia con El ángel exterminador de Luis Buñuel) y durante veinticinco años asistirán cada sábado como si se tratara de un ritual metafísico. Pero lo más interesante de la historia es que por fuera de la discoteca – e incluso de la estética misma de lo personajes- la historia sigue su curso sin que los protagonistas parezcan alterados por ella. 

Fiel al texto original de Henry James, May y John experimentan una imposibilidad para consumar su amor mediante el contacto de sus cuerpos, lo cual aparece como algo inexplicable y una verdadera burla del destino a la que ellos parecen no contar con los medios suficientes para poder torcer. Así es como los encuentros entre ambos se llevan a cabo de manera sostenida pero, lejos de estar signados por besos, caricias o demostraciones lógicas de amor en dos jóvenes que atraviesan la etapa más floreciente en la vida, el único contacto es a través del diálogo, el que a medida que se desarrolla la trama se vuelve más inseguro, vacuo, repetitivo, anodino y carente de todo propósito de vida y cargado de un temor a la posibilidad de que algo tremendo sucederá (y he allí donde reside la entidad de la “bestia” a la que alude el autor en su novela)

Con ese temor y una expectación irracional de dos mentes paralizadas para experimentar la felicidad transcurrre el fin de siglo y, con él, un sinfín de situaciones que les hará sentir que la disco es el lugar más idóneo para preservarse de la aparente bestia y compartir, entre copas, bafles que rugen y cuerpos que se mueven como plumas en el viento adormecidos por la música frenética, un lugar donde esconderse y hacer, de sus miedos, una razón de existencia.

La obra de James plantea una condición del ser humano que aparece como universal y a la que nadie puede escapar: la de la inseguridad que genera no poder predecir el futuro y de cómo el hombre, frente a esa limitación existencial, se angustia y en algunos casos (como sucede con los protagonistas) llega a paralizarse dejando la rienda de sus vidas en manos de un destino al que suponen inmutable. 

Y allí es donde reside el verdadero conflicto de la historia. Ambos personajes son conscientes de que puertas afuera de la disco el mundo muta con una velocidad inesperada y que la vida se transforma cada vez más en un bien precioso que cuesta mantener y perfeccionar. El mundo de fin de siglo se alza como un mundo en el que sólo quienes tengan la valentía de luchar e intentar sobrevivir lo podrán realizar. Y ese, claramente, no es el caso de May y John. 

El film de Patric Chiha es una experiencia sensorial más que interesante y remite de manera inevitable a dos piezas anteriores como El baile de Ettore Scola y Clímax de Gaspar Noé,  en las que la música es el principal elemento fílmico y sobre el cual se construye una base argumental que deviene no sólo en estética sino, también, en ética. La banda de sonido está compuesta por 16 piezas musicales (creadas por Yelli Yelli, Renzo S y Miles Oliver) construidas sobre la base de la música disco, el pop y el techno que le imprimieron la identidad inconfundible a los gloriosos años 80s. 

Los otros dos elementos que hacen del film una pieza memorable son el vestuario y la dirección de arte. En el primero, los responsables logran diseñar una colección de gran estilo y fiel a las diferentes épocas que atraviesan los personajes, siendo, junto a la música, uno de los elementos referenciales que permiten reconstruir el paso el tiempo como si estuvieran en una verdadera cinta de moebius. Respecto a la dirección de arte el ensamble de imagen y sonido que logra, sumado a la interesante estética retro que exhiben cada una de las escenas que componen el largo se alza como un elemento fundamental para explicar buena parte de los aciertos del film. 

La bestia en la jungla es un precioso cuento urbano con elementos fantásticos que propone ahondar en dos de los costados más oscuros del hombre: el de su propia finitud y el de los miedos que aquella acarrea. Tal como lo pensaron los existencialistas franceses en la década del sesenta, el hombre arrojado y obligado a hacerse cargo de su libertad y de las riendas de su existencia, aunque ello duela o genere el vértigo inevitable de suponerse vivo. 

Calificación: ***

LA BESTIA EN LA JUNGLA. (Francia-2022) Coproducción Francia-Bélgica-Austria; Aurora Films, Frakas Productions, Wildart Film, Dirección: Patric Chiha, Elenco: Anais Demoustier, Tom Mercier, Beatrice Dalle, Mara Taquin, Martin Vischer, Música: Émilie Hanak, Dino Spiluttini, Fotografía: Celine Bozon, Duración: (130´- Color)

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