La salud mental y todas sus derivaciones siempre le resultaron al hombre un tema tabú. Así como durante todo el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX se encerraba y se sometía a miles de individuos a cruentos tratamientos por no encajar en los cánones normativos de la sociedad, a partir de la llegada del nuevo siglo XXI comenzaron a ponerse en duda aquellas viejas concepciones y comenzó a flexibilizarse el duro prisma a través del cual se interpretaban las conductas de los seres humanos.
De ese modo, en aquellos años, el vademécum de enfermedades psiquiátricas no solo incluía la esquizofrenia, la paranoia o las diversas formas de histeria como las más padecidas por la población, sino que, además, prácticas como la homosexualidad, el ejercicio de ciertos cultos religiosos o cualquiera otra conducta que se apartara de los cánones establecidos por la sociedad podían justificar la aplicación de tratamientos “innovadores” o la posterior discriminación y aislamiento en caso de que aquellos no dieran resultado.
Si bien en este cuarto de siglo que transitamos se evolucionó ampliamente en la obtención de derechos y en un cambio considerable en la mentalidad, respecto de algunas cuestiones humanas aún siguen existiendo tabúes y aún persisten temas que todavía nos cuesta asimilar como sociedad. Sin embargo, más allá de la diversidad y la apertura mental obtenida, el paso del tiempo sigue siendo uno de los traumas fundamentales del hombre moderno y al que parece haberle llegado el momento de ser sometido a debate en virtud de aquello que la realidad demuestra a diario.
Con ese planteo a cuestas y la novela homónima de Natalia Zito es que Daniel Hendler decidió entrometerse con el tema de la ancianidad y de cómo aquella afecta a quienes encontrándose lúcidos y con todo el derecho de vivir ese período en total plenitud deben convivir con la discriminación y la mirada pontificadora de los más jóvenes que los siguen concibiendo tal como la sociedad lo hacía hace más de dos décadas. Así es como siguiendo la línea iniciada con la inolvidable Elsa y Fred (Dirigida por Marcos Carnevale y protagonizada por China Zorrila) o la reciente Mamacruz (película española dirigida por Patricia Ortega y protagonizada por la eximia Kity Manver) el uruguayo dio rienda suelta a un cuento con tonos de fábula que deja al espectador reflexionando acerca del paso del tiempo y la llegada inexorable de la tercera edad, esa de la que nadie, por más que quiera, podrá escapar.

En 27 noches Marilú Marini interpreta a Martha Hoffman, una ex bailarina que supo triunfar en Europa en los años 50 y que ahora se dedica a pasar los días con un grupo de amigos artistas y de quienes sus hijas sospechan que la acogieron en el grupo únicamente para aprovecharse de su bondad y poder hacerse de su fortuna y de las importantes obras de arte que atesora en su enorme departamento ubicado en un barrio caro de la ciudad de Buenos Aires. Ante esa situación, las dos mujeres (Carla Peterson y Paula Griszpan) deciden internarla en un geriátrico e iniciar un proceso judicial para declararla insana y poder disponer de su fortuna por considerarla un peligro verdadero peligro respecto de la integridad de los bienes familiares.
A partir de allí es que la trama adquiere densidad dramática y aparece el mismo Hendler en escena, quien personifica a un perito psiquiatra que deberá entrevistar a Martha para determinar el grado de insania que presenta o si aún continúa en sus cabales para poder seguir administrando el patrimonio de ella y de sus hijas. Pero la personalidad de Martha, para nada fácil y proclive al eclecticismo típico de un alma totalmente libre no solo lo pondrá contra las cuerdas, sino que, además, le hará repensar su rol como profesional y la esencia misma de las que creía sus convicciones.
La construcción del relato que Natalia Zito usa para llevar a cabo su novela, más allá de presentar un importante conocimiento de la ancianitud desde un punto de vista biologicista y antropológico, se encuentra plagado de otros relacionados con el mundo del arte y del modo de vida de los artistas, marchands, coleccionistas y hasta de quienes eligen el arte y la performance como modo de subsistencia en un mundo cada vez más egoísta, poco empático y cruel con aquellos que deciden no seguir la norma y abrirse caminos alternativos que satisfagan sus necesidades. Y eso, en el film, queda perfectamente reflejado.
Es por ello que esas 27 noches a las que hace referencia la novela (y que no son otras que las que la pobre Martha pasa internada compartiendo la vida con otros pacientes) suponen un viaje iniciático en el que tanto ella, como sus hijas, sus amigos y el mismo perito psiquiatra terminarán modificando sus vidas, así como el modo en el que se relacionarán con quienes atraviesan el último estadio de su existencia.
El film es recomendable por muchos elementos. En primer lugar, el texto cuenta con una profundidad filosófica más que interesante y cuenta con un ritmo que la vuelve una tragicomedia casi idéntica a las del cine italiano de los años sesenta. Por otro lado, el elenco de lujo protagonizado por Marilú Marini (a quien siempre es una fiesta verla actuar) Daniel Hendler, Carla Peterson, Humberto Tortonese y Julieta Zylberberg la vuelven una pieza de enorme nivel interpretativo y destinada a ser en sí misma una gran experiencia.
Para terminar, la reflexión a la que invita el caso de Martha y que termina resonando en la cabeza de los espectadores supone una excelente excusa para seguir indagando en la cuestión planteada a la vez que los interpela a llevar la discusión a la sociedad y hacernos caer en la cuenta de que tarde o temprano, todos, terminaremos siendo viejos.
Calificación: (****) Muy Buena
27 NOCHES (2025- Argentina/España) Dirección: Daniel Hendler, Elenco: Marilú Marini, Daniel Hendler, Carla Peterson, Humberto Tortonese, Paula Grinszpan, Julieta Zylberberg, Alan Sabag, Alejandra Flechner y German de Silva, Musica: Pedro Osuna, Fotografía: Julián Apezteguia, Duración: 108’- Color.