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11 Oct
11Oct

En 1964, el escritor inglés Roald Dahl publicaba en los Estados Unidos un libro titulado Charlie y la fábrica de chocolate en el cual contaba la historia del dueño de una fábrica que, como premio de un concurso, decidía reabrirla al público luego de muchos años. A pesar de que muchos creyeron que el libro iba a terminar en el olvido, en poco tiempo comenzó a divulgarse por el mundo y en un abrir y cerrar de ojos, alcanzó las 13.000.000 de copias y fué traducido a 32 idiomas en todo el planeta.

Siete años después, ante el boom que había sido el libro, el director Mel Stuart creyendo descollar con la puesta cinematográfica, convocó a su autor para que adaptara la obra al formato de guión y en pocos meses comenzaron a rodarla.Como consecuencia, quedó una película poco menos que memorable, siendo recordada en la historia de la cinematografía, sólo por la excelente actuación de Gene Wilder (estrella fetiche de Mel Brooks) y por algunas piezas novedosas del vestuario.

Pero por suerte, a veces Hollywood da revanchas. Treinta y cinco años después de aquel intento fallido, Tim Burton, uno de los directores más prolíficos de los últimos tiempos (y uno de los que mejor sabe imponer sus caprichos como ley en el ámbito de la academia) encontró en el texto de Dahl varios elementos de contacto con las temáticas que suele abordar en sus obras y es por eso que se decidió a llevarla al celuloide colocándola bajo su visión y dándole su impronta logrando reivindicar la inventiva del autor.

Lejos de influenciarse por la versión de Stuart y ateniéndose nada más que al texto original, el film cuenta la historia de Charlie (Freddie Highmore), un niño pobre que vive junto a sus padres y sus cuatro abuelos en una casa a punto de derrumbarse en cualquier momento. Su padre es un humilde trabajador y su madre una ama de casa que día a día hace malabares para llevar un plato a la mesa con el poco dinero que su esposo le da.

 Así, entre penurias y desilusiones transcurren sus vidas, pero una noticia inesperada los sacará de la monotonía en la que viven diariamente. Por televisión anuncian que la gran fábrica de chocolate de la ciudad (propiedad del Sr. Woonka y cerrada desde hace tiempo) reabrirá sus puertas luego de quince años, y para la ocasión han escondido cinco ticket dorados bajo los envoltorios de los chocolates.

Quienes obtengan el billete, tendrán la posibilidad de entrar en la fábrica y pasar un día junto a él y al final de la visita, quien sortee determinadas pruebas, recibirá un gran premio sorpresa. Charlie y su abuelo (ex trabajador de la fábrica) comienzan a hacer cualquier cosa con tal de encontrar en alguno de los chocolates, uno de esos ticket que les permitan ingresar a la misteriosa fábrica de golosinas. Pero ni la suerte ni su debilitada economía parecen estar de su lado.

 Así, en pocos días, los medios comienzan a difundir quienes son finalmente los acreedores de los ticket: un niño alemán híperobeso que vive con sus padres en Baviera, una ñiña gimnasta, sobre exigida y ganadora de trofeos en exceso, la millonaria hija de un magnate inglés a la que consienten en todo y un pequeño demonio hijo de un profesor de geografía, adicto a los videojuegos y al hackeo de computadoras. Ante estas noticias el niño y su abuelo pierden las esperanzas.

 Pero todo cambia una fría mañana en la que Charlie camina por la calle y se encuentra diez dólares atascados en una alcantarilla. Entra al kiosco, compra un woonka de almendras y casualmente se hace acreedor del quinto ticket que quedaba por descubrir. Al otro día, los cinco participantes se encuentran expectantes en las puertas de la fábrica de chocolate.

Todo el mundo asiste a través de la televisión, a la reapertura de uno de los misterios mejor guardados de la ciudad. Y a partir de allí comenzará la verdadera aventura. Una vez adentro, al grupo de niños (acompañados por sus padres) se les presenta el excéntrico Sr. Woonka (Johnny Deep) y los introducirá en un maravilloso mundo de color y fantasía, que por momentos guarda cierto parecido con algunos pasajes de Alicia en el país de las maravillas.

Durante el paseo por la fábrica, a medida que los vaya conociendo, Woonka deberá ir eliminando a aquellos que no crea merecedores del premio final, para lo que se vale de la ayuda de sus minúsculos ayudantes llamados “oompa-lumpas”, unos pequeños seres, devotos del cacao, que importó de uno de sus viaje por África y que son los encargados de la elaboración de cada uno de los productos que vende la firma.

En cuanto a las interpretaciones, (más allá de los geniales trabajos de Deep y Highmore) Burton demuestra haberse ganado el mote de “descubridor de nuevas caras”, ya que los cuatro niños que eligió mediante un casting para oficiar de competidores de Charlie, bien merecen por sí solos una mención especial. Respecto a lo técnico, la película parece responder rigurosamente a los cánones estéticos del estilo Burtoniano.

Así, al igual que en otros films, se pueden apreciar la utilización de planos contrapicados para aumentar la magnificencia de los decorados (recurso aplicado en las panorámicas de Ciudad Gótica en Batman, del cementerio en Ed Wood o de la maqueta del pueblo en Beetlejuice) y la inclusión de efectos especiales y elementos de ciencia ficción (el ascensor multidireccional que atraviesa la estratosfera con solo apretar un botón o el tema de la teletransportación en la escena en que el niño se desintegra molecularmente y aparece dentro de un televisor)

La escenografía y la música sin lugar a dudas son los dos componentes más importantes de la obra. Mientras que la primera centra su máxima expresión en los coloridos decorados de la fábrica (de tinte fantástico ya que todo está hecho de chocolates y caramelos) la segunda (genialmente compuesta por Danny Elfman) sólo alcanza sentido de unidad al estar combinada con las graciosas danzas y canciones que interpretan los pequeños oompa-loompas enfundados en sus vistosos trajes con reminiscencias psicodélicas.

Una gema digna de destacar, es el pequeño homenaje a 2001 Odisea del espacio (obra de Stanley Kubrick de 1968) que subyace en la escena en que el pequeño empleado realiza la teletransportación acompañada por la música original del film. Además, cuando el niño finalmente es reconstruído dentro del televisor, aparece inmerso entre los gorilas que dan comienzo a dicho film.

En resumen, Charlie y la Fábrica de chocolate es una excelente propuesta, digna de ver, divertida, emocionante y con un metamensaje final que invita a la reflexión. Una muestra más de la gran capacidad que tiene Burton para combinar fábula e imaginación al servicio de la fantasía.

CHARLIE AND THE CHOCOLATE FACTORY (EEUU. 2005, basada en el libro homónimo de Roald Dahl). Dirección: Tim Burton. Elenco: Johnny Deep, Freddie Highmore, Elena Bonham Carter y James Fox. Música: Danny Elfman. 

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