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28 Aug
28Aug

Cuando uno termina de ver Terror en Chernóbyl piensa que ya bastante tuvieron que padecer los pobladores de esa zona contaminada de Ucrania como para tener que soportar, además,  los embates salidos de la imaginación de un cineasta diletante.  Y es una verdadera pena porque esa no es la sensación que se tiene al inicio ya que la novedosa e interesante propuesta de Bradley Parker  dan la idea de que se verá una gran película, expectativa que comienza a diluirse como tinta en el agua a medida que promedia el desarrollo de la trama.

La historia comienza con todos los clichés del género, tanto en lo que refiere a personajes como a situaciones: Chris y su novia Nathalie viajan junto a Amanda –amiga de ambos- por el viejo continente. A su paso recorren el clásico circuito de capitales europeas hasta que deciden hacer una parada en Kiev, donde vive Paul, su hermano, y que se quedó a vivir en Ucrania luego de que sintiera que ese era su lugar en el mundo.

Al llegar a la casa el joven les cuenta que les preparó una sorpresa que pocos tienen la posibilidad de experimentar: tendrán la posibilidad de vivenciar, mediante una excursión extrema, una visita a Prípiat (ciudad convertida en fantasma luego de los fatídicos eventos de 1986).Así es como los jóvenes, motivados por la experiencia que se vislumbra como única e irrepetible, llegan hasta las oficinas de Uri, el guía turístico que los llevará a conocer el sitio con mayor cantidad de radiactividad de Ucrania. Una vez dentro de la extraña camioneta, se les anexa una pareja de mochileros que llegaron hasta allí para vivir la experiencia de Pripiat.

De esa forma emprenden el viaje por una geografía poco complaciente y que los hace dudar en varios momentos si tomaron la decisión correcta, ya que, además, Uri demuestra ser bastante temperamental lo cual, sumado al ucraniano que habla, acaba siendo el ropaje indicado para caracterizarlo como un peligro latente a punto de explotar.

Al llegar a la entrada de Prípiat la policía los detiene y les niega el acceso debido a que en el interior se están llevando a cabo “tareas de mantenimiento”, algo inusual en una ciudad que se sabe destruída y en la que no es factible permanecer demasiado tiempo dentro ya que los niveles de radiación podrían resultar fatales para la salud. Pero como Uri ya les había prometido que realizarían la visita (y no tenía ninguna intención de devolverles el dinero) decide ingresar a Prípiat por otro lado, ya que al ser una ciudad tiene varios accesos, muchos de ellos sin control policial.

Una vez dentro, el grupo de jóvenes descubre que la ciudad está realmente suspendida en el tiempo y comienzan a ingresar en las casas derruidas, en las tiendas devastadas, a recorrer el antiguo parque de diversiones  y hasta logran ingresar en espacios que se suponen fueron sede de actividad política o estatal ya que se observa, en muchos de ellos, imágenes o inscripciones que dan cuenta de un pasado en el cual Ucrania formó la llamada U.R.S.S (Unión de  las Repúblicas socialistas soviéticas).

Lo que hasta ese momento parecía que iba a ser una aventura o una anécdota para recordar en un futuro se transforma en una experiencia macabra cuando, a su paso por los diferentes espacios abandonados de la ciudad, comienzan a ser testigos de algunas situaciones un tanto bizarras y que escapan a la lógica de cualquier persona que se crea medianamente en sus cabales (tanto que por un momento se cree que el registro del film pasó del realismo al surrealismo sin que mediara una explicación que informe al espectador de dicho cambio).

Y como se sabe que el hombre en su naturaleza es curioso pero cuando se ve amenazado, es cobarde, todos deciden emprender el regreso a Kiev. Pero allí comienza la verdadera trama (y en mi opinión, además,  el momento de la caída libre en el que el film se transforma en una pieza poco memorable e incluso, discutible) cuando Uri se da cuenta de que los cables del arranque fueron destrozados (quizás por algún animal salvaje de los que aún merodean por la ciudad) y toman conciencia de que les será imposible salir, al menos que caminen los veinte kilómetros que los separan de la entrada por la cual hicieron el ingreso aunque, cabe recordar, que es casi imposible que allí encuentren presencia policial que les pueda echar una mano.

De esa forma y con la pena del burlador burlado, el guía y el grupo de jóvenes transgresores deberán pasar la noche dentro del vehículo ya que la luz comienza a caer y, con ella, las filias y fobias que conllevan sobre todo en films del género. Lo que viene a partir de ese momento pueden imaginárselo si fueron espectadores de las piezas de terror del cine americano de los últimos treinta años, incluído lo visto en las 6 temporadas de Walking Dead.

Es una pena que, al momento de escribir la historia, los guionistas no hayan sabido aprovechar los tópicos que se esconden detrás de una experiencia tan terrible como fue el escape radioactivo del famoso reactor de Chernobyl ya que de no haberlos forzado para generar miedo, la experiencia hubiera sido diferente. Quizá esa sea la explicación a porqué muchas de las situaciones e imágenes que aparecen en la pantalla acaban inevitablemente contrastando con la triste realidad que dejó aquella tragedia, la cual es muchísimo más terrorífica que el decálogo de clichés que Parker expone con el único propósito de generar incomodidad y algo de suspenso en el espectador.

Ahora bien, aquellos no sólo son los puntos más discutibles de la pieza (y los causantes de hacerla naufragar en un mar de incongruencias) sino que lo que más molesta es la mirada que subyace detrás de la historia la cual muestra, inevitablemente, la tendencia típica del cine americano y que es la de no tener ningún reparo en ligar ciertos pasados históricos o corrientes ideológicas al mundo del horror o de la inseguridad. 

Así es como desde hace décadas el cine americano demoniza a quienes provienen de Europa del este y han escrito miles de guiones en los que los espías rusos, los vampiros rumanos y los desequilibrados berlineses les sirvieron para contar las historias más increíbles que casi siempre acaban bien gracias a la intervención de algún personaje que, por supuesto, casi siempre, es americano.

Pero en este caso en particular, es sobre los ucranianos sobre quien hacen foco para definir el terror. Si se tiene en cuenta la tragedia que eligieron como tópico y el costo humano que la misma tuvo para la humanidad, este film no puede más que alzarse como una gran falta de condescendencia con el pueblo ucraniano ya que, además de haber sido víctimas de un pasado traumático, quedan expuestos frente al espectador como los generadores de una subcultura monstruosa que, al parecer, tiene como único objetivo acabar con un promisorio grupo de jóvenes americanos, los cuales, por supuesto, valen mucho más que aquellos que vieron sus vidas modificadas por la radiación extrema.

Por todo ello Terror en Chernobyl es una película que demuestra que, cuando el vacío de ideas se apodera de quien escribe la historia, no hay producción que pueda compensarlo. El único aporte que vale  la pena mencionar es la puesta en imágenes de la ciudad de Pripiat, la cual aparece como un verdadero oxímoron ya que quedó sumida en una particular estética, típica de los sitios en los que la tragedia y la muerte reinaron y que sólo parecería comparable a la de los campos de concentración de Auschwitz. 

El resto, es nada más que la mirada de un hombre americano que demuestra que el temor puede más que la creatividad.

TERROR EN CHERNOBYL (EEUU-2012) Elenco: Jesse McCartney, Jonathan Sadowski, Nathan Phillips, Olivia Dudley, Devin Kelley,Ingrid Bolsø Berdal, Dimitri Diatchenko, Guión: Oren Peli, Carey Van Dyke, Shane Van Dyke, Música: Diego Stocco (Duración: 82´-Color).

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