Es difícil poder llevarle la contra a alguien que asegure que Saramago no es un escritor fácil de leer. Y ello no es sólo por el hecho de escribir en prosa compleja (quienes lo leyeron conocen acerca de su poca afición a los puntos y sí a los largos párrafos que a veces se hacen insostenibles desde el punto de vista de la cohesión o la coherencia haciendo imposible mantener la atención).
Por esa misma razón, al cine no le ha sido nada fácil llevar ese tipo de relatos a la pantalla ya que los guionistas, para crear las imágenes, inevitablemente tienen que caer en interpretaciones libres y quizás, con ello, se alejen del espíritu genuino de la obra.Pero quienes conocen al cineasta canadiense Denis Villeneuve (director de Incendios y Prisioneros, dos piezas que cosecharon excelentes críticas) saben de su adhesión a tomar riesgos con tal de llevar un buen producto a la pantalla y es por eso que, la propuesta de Saramago en El hombre duplicado, lejos de hacerlo desistir del proyecto se le presentó como un gran desafío para su carrera.Y el desafío es tal porque la historia, desde el planteo, es compleja.
Adam Bell (en una gran labor interpretativa doble de Jake Gyllenhaal) es un profesor de historia que pasa sus días de modo anodino y sin pedirle demasiado a la vida, a la vez que tiene una novia que parece más un consuelo para la temida soledad que una mujer con la que se pueda plantear pasar el resto de la vida. Así es como un día, aconsejado por otro profesor de la universidad, el profesor decide buscar un refugio en el mundo del cine para paliar la angustia y el vacío de sus días.
En ese mismo momento el séptimo arte se transforma en el responsable del cambio de vida del personaje quien, lejos de hacerse un cinéfilo adepto, descubre un actor de reparto exactamente igual a él y que según dicen los portales de internet, tiene una carrera prometedora en el mundo de Hollywood.
A partir de entonces, Villeneuve arroja el conflicto sobre la pantalla como si se tratara de una bomba letal y se esconde tras la cámara, no sin antes colocar al profesor en una posición de detective privado que hará lo imposible por encontrar la dirección del hombre que, al otro lado de la ciudad, esgrime una vida con su misma fisonomía y quien sabe con cuantos otros elementos o puntos de contactos en común.
Y en poco tiempo, mucho menos de lo que él cree lo consigue.El actor en cuestión tiene una vida completamente diferente a la de él (cualquiera que imagine cómo se desarrolla la vida de los actores no tardará mucho en pensar las pequeñas –grandes- diferencias que puede haber con la vida de un profesor universitario que día a día intenta reconstruir el pasado con las intenciones de proyectar un mundo mejor), tiene una gran carrera por delante y una esposa embarazada con la que parece no atravesar el mejor momento.
Y allí Villeneuve decide dar una vuelta de página y contar otro capitulo en la historia. La tenacidad del profesor y la curiosidad del actor los lleva a finalmente encontrarse en un motel alejado de la ciudad (de la cual se tienen pocos datos pero aparece en pantalla como una urbe moderna, algo distópica y con una estética que la asemeja más a la Metrópolis de Lang que a la París de Woody Allen).
Y luego de unos minutos de no poder creer aquello que están viendo – incluido un reconocimiento de marcas corporales que también, casualmente comparten, el actor ve la posibilidad de vivir su propia versión de El hombre de la máscara de hierro y le propone al profesor, intercambiar sus vidas por una noche, antes de no verse nunca más y dejar de hacerse preguntas acerca de un origen común o de un pasado compartido y luego, por alguna causa truncado.
Ante la perplejidad del profesor, el actor decide poner en marcha el plan cuanto antes y así, cambio de ropa y llaves mediante, cada uno de los hombres se encuentra en el departamento del otro intentando pasar una noche como si fueran quienes en realidad no son, sin saber que están poniendo en riesgo mucho más que la posibilidad de que las mujeres se den cuenta de la farsa y se desate un conflicto aún mayor que el de la duda existencial.
El texto de Saramago es mucho más complejo y rico que lo que el director reconstruye en pantalla pero es con la recreación de los momentos oníricos (que los hay a montones y muy interesantes todos) que se puede lograr comprender la magnitud del planteo del autor, que no sólo está emparentado con un capricho de dos hombres que comparten ni mas ni menos que la fisonomía (y que forma o ha formado parte del imaginario colectivo) sino que tiene que ver con los miedos, las inseguridades y el horror que le invade a muchos seres humanos cuando se replantean su lugar en el mundo y se resignan a ver, en el paso del tiempo, una antesala para la muerte.
Quienes hayan leído algún libro del genio portugués notarán que el universo filosófico de la pieza se recreó con fidelidad (con lo difícil que es que eso suceda) y con ello, Villeneuve suma un nuevo aporte para ser considerado el director de nivel indiscutible que es, tal cual como lo demostró con los filmes anteriores en los que dejó en claro que es capaz de poner en imágenes cuestiones históricas, de ficción e incluso aquellas que conllevan un profundo contenido psicológico o metafísico.
El tema de la identidad es un tópico que subyace latente a lo largo de casi todo el texto. Con ello, El hombre duplicado de José Saramago significa no sólo la posibilidad de indagar en qué es la identidad y qué elementos permiten reconocerla sino, también, la responsabilidad que tiene cada individuo para hacerla valer a cualquier precio porque, cuando se la pierde o se la ubica como valor secundario, la vida cambia. Y generalmente, para peor.
EL HOMBRE DUPLICADO (EEUU-Canadá), Dirección: Denis Villeneuve, Guión: Javier Gullón (Basado en la novela homónima de José Saramago), Elenco: Jake Gyllenhaal, Mélanie Laurent, Sarah Gadon, Isabella Rossellini, Joshua Peace,Tim Post, Kedar Brown, Darryl Dinn, Misha Highstead, Megan Mane, Alexis Uiga, Música: Danny Bensi, Saunder Jurriaans, Fotografía: Nicolás Bolduc, (Duración: 91´-Color).