Que el mundo oriental comenzó a abrirse ya no caben dudas y que el cine es un gran testigo de ese cambio, tampoco. Hasta hace poco menos de dos décadas intentar un acercamiento a muchas culturas del cercano oriente (ya sea de las pertenecientes al mundo islámico o hebreo) significaba tener que sortear una serie de barreras impuestas no sólo por cuestiones idiomáticas sino también culturales, promovidas éstas últimas por el carácter hermético y reacio de aquellas sociedades en mostrarle al mundo sus formas de vida, costumbres e idiosincrasias.
Pero la globalización llegó y Oriente no sólo encontró la posibilidad de integrarse a la aldea global sino también para dejar de ser vista sólo por Occidente que la observó durante mucho tiempo desde su mirada ciclópea.El cine, quizás, por su cualidad de espejo, fue el lenguaje elegido por jóvenes artistas e intelectuales de ese rincón del mundo que no dudaron en utilizarlo para mostrarse al resto de los países y dejar al descubierto sus modos de pensar, sentir, vivir y también para desmitificar muchos de los estereotipos que los occidentales construyeron en el mundo del séptimo arte.
De ese modo una interesante cantidad de nombres comenzó a ganar espacio no sólo en la industria cinematográfica sino también en el circuito oficial de festivales internacionales y lograron así hacerse visibles y consolidar un público que, desde entonces, les es fiel en cada nueva propuesta.Pero lo cierto es que la apertura nunca llego a ser total y aún queda mucho camino por recorrer (y velos por descubrir).
En ese sentido, el rol asignado a la mujer en esas sociedades es quizás uno de los puntos más controvertidos y que tanta polémica siguen suscitando en la comunidad mundial. Si bien en muchos de los países del bloque islámico hay diferencias (puesto que está mas que claro que no es lo mismo el espectro de libertades que tienen las mujeres en Turquía o Marruecos en comparación con las de Irán, Irak o Arabia Saudita y mucho menos con las de Afganistán) aún hoy sigue habiendo restricciones que en un mundo globalizado se vuelven ridículas y parte de una costumbre vetusta que cada vez les cuesta más sostener.
Arabia Saudita es uno de los países con mayores restricciones sociales y culturales sobre la figura femenina. Obligadas a llevar el velo siempre que no se encuentren dentro de su casa (sólo la pueden ver sin él su esposo, hijos o parientes que asistan al hogar) y vistas por la sociedad como una mercancía a la que se puede ubicar por matrimonio con fines comerciales, las mujeres allí no tienen demasiadas posibilidades de elegir el medio y el modo en que se quieren desarrollar.
Es por eso que, teniendo en cuenta esa problemática, la aparición del film Wadjida (o La bicicleta verde, según la traducción al español) significa mucho más que el estreno de un film saudí; es también la aparición del primer film realizado por una mujer y con una historia en la que el mundo femenino y sus restricciones originan un conflicto digno de ser puesto en pantalla.
La historia se centra en una ciudad saudí. Allí, en una casa humilde viven Wadjda (una niña en edad escolar) y su madre (una joven árabe que trabaja como docente en una escuela en las afueras de la ciudad). El padre de la niña trabaja en otro lugar y viene esporádicamente a visitarlas y en el mismo momento en que se cuenta la historia, atraviesan un conflicto conyugal ya que la mujer quedó en estado infértil y el hombre necesita un hijo varón para cumplir con el mandato social de las sociedades antiguas.
La familia del hombre, teniendo en cuenta la imposibilidad de la joven esposa, decide iniciar la búsqueda de otras muchachas para que el hombre elija a su segunda esposa y pueda concebir con ella el ansiado varón que aquellos le reclaman. Y en paralelo, con una mirada omnisciente a la vez que crítica, la pequeña Wadjda sufre el traspaso de la niñez a la adolescencia y centra toda su rebeldía en cambiar algunos de los designios que sabe que deberá atravesar por el sólo hecho de haber nacido en un país de carácter tradicionalista.
Así, influenciada por el drama familiar que vive y la impotencia que le da el darse cuenta de las restricciones que tienen las mujeres allí, luego de una pelea con un chiquillo del barrio que anda en bicicleta, decide que ahorrará duramente para comprarse una y así demostrarle que ella puede ganarle en una carrera. Pero con esa decisión Wadjda agregará un nuevo problema a su vida ya que en Arabia Saudita no está permitido que las mujeres – y mucho menos las niñas- anden en bicicleta ya que existe el riesgo de una caída y que pierdan la virginidad, lo cual en el mundo árabe equivale a la pérdida del honor.
Con esa carga encima y decidida a correr el riesgo, Wadjda intentará hacer dinero de las más diversas formas (haciendo pulseras, cobrando por llevar cartas de amor de sus compañeras de colegio o bien como forma de pago para estudiar, dejar de llorar cuando la ofenden o bien concursando en una competencia de recitado del Corán en su escuela) y llegará a hablar con el dueño de la juguetería para que le reserve la bicicleta y que por nada del mundo la venda, porque sabe que fue destinada para ella.
Sin embargo, lo más terrible no será conseguir el dinero sino convencer a su madre y a la autoridad escolar (ésta última es la metáfora más clara del sistema político, social y religioso que representa el Islam) de que una mujer no pierde su estatus de mujer ni se convierte en una prostituta por montar en una bicicleta. Y ese será el conflicto que hará mover los hilos de la trama para contar esa bella fábula libertaria que representa el film.
La película cuenta con varios elementos para considerarla una pieza interesante y muy bien lograda, pero lo cierto es que, el hecho de ser la primera en la historia del cine saudí en haber sido realizada por una mujer eclipsa cualquier mención que se pueda hacer de los aspectos técnicos e incluso temáticos.
El talento (y por qué no mencionarla también, la valentía) de la realizadora Haifaa Al-Mansour dejan al descubierto no sólo un sistema obsoleto, cargado de doble moral (vista en la denuncia que hace la rectora al decir que un “ladrón” entró en su casa cuando todos saben claramente que se trataba de un amante furtivo) sino también las consecuencias que dejan los mandatos sociales en quienes habitan en estas sociedades tradicionales (la desgarradora decisión del padre de Wadjda en formar matrimonio con otra mujer y abandonarla a ella y a su madre o la de la niña de la escuela que es obligada a casarse con un joven mayor que ella son un claro ejemplo).
Durante toda su vida en Arabia Saudita la directora acumuló como en un negativo fotográfico miles de vivencias similares a las de Wadjda y, es probable, también, muchas de las que padecen las mujeres que pueblan la pantalla. Con la concreción de este film Al-Mansour demostró que era hora de imprimirlas en celuloide y no dudó en subirlas a una bicicleta verde para que recorrieran el mundo. A su paso por estas pantallas, tómese esta crítica como un agradecimiento.
Premios
2013: Premios BAFTA: Nominada a Mejor película de habla no inglesa
2013: Independent Spirit Awards: Nominada a Mejor ópera prima
2013: Satellite Awards: Nominada a mejor película extranjera
2013: National Board of Review (NBR): Premio a la libertad de expresión
LA BICICLETA VERDE (2012, Arabia Saudita-Alemania), Dirección: Haifaa Al-Mansour, Elenco: Reem Abdullah, Waad Mohammed, Abdullrahman Algohani, Sultan Al Assaf, Ahd Kamel (98´- Color)