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18 Oct
18Oct

“El hombre contiene estas cuatro vidas; La mineral (sales), la vegetal (linfa), la animal (salvaje), la humana (conocimiento). Para que el hombre pueda conocerse bien debe conocerse cuatro veces mediante estos cuatro elementos cuatro veces”. (Pitágoras)

Desde que el hombre es hombre y habita este planeta, el tema de la trascendencia ha sido uno de los que más lo ha desvelado a lo largo de la historia. Quizás sea por eso que en el discurrir del tiempo y con esa temática como disparador, un buen número de filósofos  y pensadores (como Polibio, Maquiavelo, Nietzsche o Giambattista Vico)  o escritores (como Borges, Hesse, Flaubert o Kundera) hayan coincidido en reconocer a la Teoría del Eterno Retorno como una de las mas esperanzadoras para el hombre, ya que es una de las pocas que le confiere a éste la chance de continuidad más allá de los inamovibles límites que establece su inevitable finitud. 

Así es como teniendo en cuenta este planteo, el director calabrés Michelangelo Frammartino toma la temática como si de una antorcha olímpica se tratase, y con ella, desarrolla un guión con una narrativa más visual que sonora y que desemboca en una interesante propuesta cinematográfica, con caracteres de hondo valor metafísico y que inevitablemente promueven a la reflexión del espectador, quien seguro no abandonará la sala del mismo modo que lo hizo al entrar.

En Le Quattro Volte se cuenta el proceso y el devenir de la vida a partir de cuatro elementos que el director cree fundamentales para contar la historia y los concatena de modo tal que el proceso cronológico de nacimiento, desarrollo y muerte (y retorno nuevamente) ejemplifican una fase de la eternidad que plantea la postura filosófica. El primero de ellos es un anciano enfermo que tiene a su cargo el pastoreo de un centenar de cabras (las cuales con sus balidos y campanas colgadas del pescuezo se alzan como el principal elemento sonoro del film) y que día tras día asiste a la iglesia del pueblo para ingerir unas extrañas cenizas que entran por los vitreaux rotos de las ventanas y que, en apariencias, le van a quitar la dolencia que lo aqueja (que no es otra que la muerte que se acerca de a poco cada nuevo día que pasa)

El segundo, en cambio, pertenece al reino animal y no es otro que un cabrito que aparece en escena instantáneamente del fundido a negro que le sirve al director para despegar de la historia del anciano y que personifica -de un modo metafórico y de extrema belleza- la vulnerabilidad a la que están sometidos los seres que pueblan este planeta, además de invitar a la reflexión de cuán importante es el rol del grupo para el desarrollo de los individuos o seres que lo componen.Inmediatamente de contada esa historia, la cámara hace foco en un tercer elemento que no es otro que un pino nevado que hace frente a un duro temporal de invierno calabrés. 

La imagen es estática, el frío parece atravesar la pantalla y el tiempo que dura la escena- sumado al sonido del inclemente viento que se oye límpido en sistema digital – se torna de una insoportable belleza pocas veces vista en el cine occidental.

Y como todo proceso llega a su fin, con el arribo de la primavera, el árbol alcanza su máximo esplendor y los habitantes del pequeño pueblito lo talan para diferentes usos y utilidades, destinándolo a una serie de festejos primero y para leña después, con lo cual cierran el circulo de la vida a la cual, ni más ni menos que los demás, estaba destinado por el solo hecho de habitar este planeta.

Con este film, Michelángelo Frammartino se laurea como el poseedor de un gran conocimiento del lenguaje cinematográfico (ya que se vale de elementos y recursos  mínimos; como la economía de planos, de imágenes e incluso la ausencia de palabras) y de un mérito no menor que es el de arriesgarse a contar una historia de temática profunda, muy bien narrada y con algunas escenas que bien valdrían la pena ser tenidas en cuenta para ocupar un sitio priviliegiado en la historia del cine, no solo por su impacto visual, sino también, por el alto valor metafísico que tras ellas se esconde.

Al ser entrevistado en el último Festival de Cine de San Sebastián, Frammartino dijo “Puedes trabajar un tema o trabajar a través del lenguaje, modificándolo, mediante el cual puedes asimismo “denunciar”. Porque algunas dependencias del público son causadas por lenguajes aparentemente inocuos. Hay quien se ocupa de política y televisión que está convencido de que el espectador sea un niño que llevar de la mano. Considero a Le Quattro Volte una película política porque obliga al espectador a tomar decisiones.”Y lo cierto es que logra su cometido. 

Así como un viejo adagio dice que quien no manifestó un espíritu revolucionario en los años sesenta es por que no tenía corazón, se puede inferir la frase y hacerla propia para el espectador que abandona la sala conmocionado por la sencillez y profundidad de las imágenes que componen Le Quattro Volte, las cuales desembocarán en debate o en un planteo acerca de cuestiones a las que el hombre actual parece haberse alejado, quién sabe por que extraña razón.

El film en su totalidad es una pieza de gran valor cinematográfico, con una importante riqueza visual, cargada de paisajes extraordinarios y con una poética cercana a algunas piezas del cine oriental (Quienes sean fanáticos de este cine por momentos creerán estar viendo El Perro mongol o La Historia del Camello que llora). 

Por todo ello es que con este film, Frammartino se consolida en el mundo del séptimo arte como una figura que llegó para quedarse y a la que, de ahora en más, habrá que tener en cuenta como una de las jóvenes promesas del  nuevo cine italiano.

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