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13 May
13May

Llevar a cabo una revolución no es una tarea sencilla. Además de sentar de manera clara y precisa las bases ideológicas y operativas de como se va a llevar a cabo la contienda debe tenerse un gran conocimiento del espacio físico y las características del pueblo que la debe compartir y llevar a cabo. En el caso de Rusia la puesta en marcha de la Revolución Bolchevique implicó, de parte de quienes decidieron formar parte de ella, aceptar el largo período de tiempo que iba a durar su aplicación y el padecimiento de muchas de las consecuencias que venían implícitas con ella.

Así es como aquella revolución de principios de siglo comenzó con los ideales de Lenin pero se extendió algunas décadas más, incluso, con algún desfasaje temporal en algunas regiones de la inconmensurable geografía del país. Los sectores que  más tardaron en adherir ideológicamente a la revolución fueron los campesinos que se encontraban en zonas más alejadas del centro de Moscú y que no tenían siquiera la posibilidad de acceso a los medios de comunicación para enterarse de las novedades que sucedían desde hacía algunos años con la política nacional.

Teniendo en cuenta ese complejo momento de la historia rusa, el director Alexey Fedorchenko escribió un cuento denominado Angeles de la revolución, donde de un modo muy humano (en contraposición a la que muchos creían que sería una mirada antropológica) y tomando en cuenta la variedad social, ideológica, cultural y religiosa de Rusia intenta explicar las dificultades del Stalinismo para poder implementar de la manera más homogénea posible su sistema político.

Para ello, Fedorchenko se valió de un preciosista elenco de personajes celosamente ideados y con ellos intentó demostrar las vicisitudes sufridas por el partido Stalinista para lograr que la revolución comenzada hacía casi dos décadas atrás llegara hasta el más recóndito espacio, representado en el pueblo del norte de Rusia en el cual transcurre la historia. Allí, un pueblo de características rurales, extremadamente pobre, inculto y con ninguna participación en las actividades políticas ve alterada su vida con la llegada de Polina, una seductora agente rusa que deberá convencerlos de las bondades del Stalinismo, a las cuales podrán acceder previa afiliación al partido y prometiendo fidelidad a la causa.

Pero como sabe que la tarea no será para nada sencilla, invita al pueblo del nordeste ruso a cinco amigos suyos, todos artistas de vanguardia (y fervientes adeptos al sistema stalinista) entre los que se encuentran un escultor, un pintor, un director de teatro, un compositor y un arquitecto constructivista. Junto a ellos – y utilizando sus conocimientos y talentos artísticos- deberán convencer a esa parte de la población que vive aislada de la realidad que sucede en las grandes ciudades y que tienen sus propias normativas sociales, reglas de convivencia, formas de regulación económica y también una postura religiosa que no se condice con los preceptos imperantes en Moscú.

Ante la negativa del pueblo a escucharlos siquiera, Polina decide entrevistarse con Khanty y Nenets, dos chamanes que hacen de médicos y sacerdotes cuando la realidad lo requiere y  que son, a la vez, verdaderos referentes de los campesinos. Como el encuentro se frustra por razones más que obvias, Polina no se rinde y decide dar rienda suelta a una serie de actividades relacionadas con el arte (utilizando los conocimientos de sus amigos) e intentar con ellas redireccionar la ideología a través del arte y la figura de la vanguardia como un ejemplo de civilización en medio de las prácticas arcaicas a las que están acostumbrados los miembros de ese grupo.

De ese modo, mientras se ubica como un ojo omnisciente detrás de la cámara y se coloca en el lugar de testigo de la tensión entre ambos grupos, Fedorchenko despliega un sinfín de imágenes de una belleza pocas veces vistas en el cine ruso (la elección de una cámara HD sumada a la brillante composición y dirección de arte) ubicando al film en el mismo plano visual en el que se ubicó El Arca rusa de Alexander Sokurov.

A través de esas imágenes barrocas, llenas de color y que exhiben el ser mismo del hombre ruso el film muestra el interesante proceso que sucede en el momento en que la ideología intenta imponerse de manera homogénea pero se encuentra con el aspecto humano, heterogéneo, diverso y con una carga cultural inevitable que dificulta la fusión entre ambos grupos.  ¿Es válido que el Stalinismo intente imponerse en todo el territorio de Rusia? ¿Deben soportar los campesinos y los habitantes de la Siberia el sometimiento y la obligación de ser vistos por el resto como pobladores incultos, atrasados y negadores del progreso y las vanguardias que se vienen imponiendo en el país? 

Cada uno de los interrogantes que se puedan hacer sobre la cuestión planteada en el film son inevitablemente retóricos, aunque cumplen a la perfección el objetivo de disparador para continuar con la polémica que es, en si misma, más que enriquecedora.
Las actuaciones son de un excelente nivel y dan cuenta de un gran trabajo de interpretación  a la hora de plasmar muchas de las actitudes, conductas y maneras de ser y sentir del hombre de entonces. 

Sumado al excelente guión, la evidente investigación histórica,  la elección de la banda de sonido (completamente pensada sobre la base de grandes piezas de la música clásica) y la brillante fotografía, hacen de Angeles de la revolución un film encantador, con una interesante reconstrucción de época y que, por estar filmado con nuevas tecnologías cinematográficas (cámaras de alta definición, sonido de alta calidad y un montaje hecho de manera vanguardista)  la vuelven una pieza interesante para quienes intenten un acercamiento al cine ruso, verdadero monstruo del séptimo arte y al cual vale la pena acercarse ya que atesora buena parte de la historia de la humanidad en la que formaron parte y determinaron grandes procesos.

ANGELS OF REVOLUTION (Rusia, 2014) Dirección: Alexey Fedorchenko, Guión: Aleksey Fedorchenko, Oleg Loevskiy, Elenco: Konstantin Balakirev, Pavel Basov, Darya Ekamasova, Georghi Iobadze, Aleksey Solonchev, Oleg Yagodin, Música: Andrei Karasyov, Fotografía: Shandor Berkeshi (Duración: 113´-Color)

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