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13 Mar
13Mar

En los tiempos que corren – donde las librerías ofrecen la interminable saga de Crepúsculo como si de la Biblia se tratase- no es poca cosa intentar un acercamiento al mundo de los vampiros, y mucho menos, ubicarlos en Buenos Aires en la estrepitosa década del cincuenta, con Perón, Evita y los tanques del General Lonardi avanzando sigilosos por la Avenida de Mayo, a punto de bombardear la ciudad. Pero lo cierto es que Pablo De Santis sí se atrevió a cruzar esa línea y a jugar el juego, y logra con ella, una pieza literaria que tiene todos los condimentos para que el lector quede atrapado en esa sutil mixtura entre filme noir francés y aventura vampiresca que propone.

Fiel a su estilo (en el cual se ve claramente la relación entre personajes y situaciones con el mundo de la literatura) y a su currículum como periodista antes que escritor, para comenzar a contar la historia el autor elige uno de los lugares que mejor conoce y que no es otro que la redacción de un diario. Hasta ella hace llegar a Santiago Lebrón (un reparador de máquinas de escribir) para que se haga cargo del mantenimiento de las Remingtons, Olivettis y otras tantas que les permiten a los diferentes columnistas del diario llevar a cabo su trabajo.

Así es como este personaje comienza a relacionarse con una horda de individuos muy particulares (todos muy típicamente porteños, con cualidades precisas y con roles muy acentuados, tanto que algunos lectores no podrán evitar identificarse con alguno de ellos) y comenzará a descubrir varios de los secretos del viejo oficio del periodismo, el cual se le presenta ante los ojos como uno de los más embusteros y engañosos que haya conocido.

Pero el protagonista deberá vivir situaciones que nunca pensó experimentar cuando, por un hecho fortuito, y totalmente inesperado, le tocará hacerse cargo de la columna de las palabras cruzadas que llevaba a cabo un viejo conocedor del tema y, que al morir, deja el puesto vacante. Además, en paralelo, dado que es un joven que se encuentra descubriendo las mieles del mundo de los adultos, se enamorará, como sucede en casi todas las novelas, de la mujer equivocada.

Y será justamente por ese amor imposible que hará su ingreso al extraño mundo de los Anticuarios (el cual bien podría ser calificado como “Submundo” o “Inframundo”, dada la forma en que lo llevan a cabo quienes lo conforman) y, junto a ellos, pasará a formar parte de una de las sociedades ocultas más oscuras, tenebrosas y siniestras de las que se haya tenido conocimiento hasta ese momento en la ciudad.

Sin embargo, al ingresar en esa especie de logia secreta (con caracteres mesiánicos y con rituales que implican la manipulación de lo más sustancial y sagrado del ser humano) Lebrón caerá en la cuenta de que es doblemente víctima; primero por que es engañado para ingresar y formar parte del grupo de los Anticuarios, y, por el otro, por que termina siendo conciente de los impedimentos que deberá sortear para unirse finalmente con la mujer amada.

Con esta novela, De Santis logra una pieza notable, de gran significancia literaria (escrita en una prosa relajada y un vocabulario muy típicamente porteños) y con un nudo que mantiene al lector hasta el final, seducido por cada uno de los párrafos que conforman la obra, como sucede con algunos de los Best Sellers de Dan Brown o Stephen King.

Un rasgo que no es menor y que forma parte importante en el desarrollo de la trama, es el lugar que De Santis le otorga al libro como objeto, al cual ubica dentro de un universo literario magnánimo, supremo, sobre todo cuando se refiere a los diferentes usos que de ellos se hicieron a lo largo de la historia. 

Pocas veces se ha visto en la literatura nacional una novela que enumere tan acabadamente los cientos de volúmenes que supuestamente se han editado, teniendo en cuenta no sólo las cuestiones estéticas sino funcionales de los libros que le toca catalogar, e incluso tasar a Lebrón (tantos que mientras leía ese capítulo imaginaba a Umberto Ecco leyéndolo y reconociendo en él un cálido homenaje a El Nombre de la Rosa, o a un Carlos Ruiz Zafón esgrimiendo cierto aire de complicidad - e incluso de hermanamiento literario - con su exitosa novela La Sombra del Viento.)

La adecuada reconstrucción de época es otro elemento fundamental, asimismo como la delicada elección de espacios de la ciudad donde transcurren las escenas (las callecitas del Bajo donde se encuentra el famoso Hotel Lucerna , el encuentro de Lebrero con Luisa en la Confitería La Ideal –sitio por excelencia de los encuentros entre jóvenes amantes- una librería increíble en el Pasaje la Piedad, los caserones repletos de geranios de algún rincón de Palermo, los tejados de Belgrano y la exaltación del noctambulismo interminable de la Calle Corrientes). 

Con todos ellos De Santis logra que el lector se introduzca imaginariamente en aquella Buenos Aires gris, opaca, mustia y que la imagine como el sitio propicio para que los vampiros – escondidos bajo la identidad de anticuarios y coleccionistas de libros-se muevan de un modo prácticamente imperceptible.

Los Anticuarios no es una pieza literaria más en la bibliografía de De Santis. Podemos decir que con ella perfecciona sus novelas y alcanza su máximo nivel como escritor sobrepasando el nivel de algunas otras obras de su producción, tales como El Teatro de la Memoria o particularmente, El Enigma de París, donde, al igual que en Los Anticuarios, aparecen elementos icónicos de la cultura occidental ya trillados y probados hasta el hartazgo (como son los relatos de la construcción de la Torre Eiffel) pero que él toma y hace propio el desafío de contarlos a su modo, con un estilo característico y dueño de una mirada típicamente argentina, lo cual hace que ésta, su última novela negra, sea una gema cargada de un hondo nagnetismo y que resulte, a la vez, una experiencia literaria siniestramente seductora.

LOS ANTICUARIOS

Pablo De Santis

Editorial Planeta. (2010)

272 Páginas

ISBN 978-950-49-2390-9

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