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20 Nov
20Nov

Cuando el mundo del cine era en blanco y negro las imágenes que aparecían en la pantalla se veían, irónicamente, de otro color. Es sabido que el blanco y negro es un gran amigo para plasmar  expresiones y también un gran aliado a la hora de componer  mensajes cargados de lirismo o con cierta densidad estética. Pero con la llegada del color, la mayoría de los cineastas se inclinaron hacia esa tendencia y así poco a poco el artesanal blanco y negro fue usándose cada vez menos, llegando a reservarlo únicamente para ciertos géneros (el documental por ejemplo) o para rememorar a través del celuloide hechos o situaciones del pasado.

Quizás si se intenta explicar la aversión de muchos a usarlos, se llegue a la explicación de porqué,  cuando aparece alguno dispuesto a romper con los esquemas tradicionales del color no puede menos que centrar la atención de la comunidad mundial, volviéndolo un elegido y casi un genio por el sólo hecho de regresar a los orígenes de aquel cine bicolor, mudo (en muchos casos) y que tan fielmente reflejaba aquello que se quería contar, incluso cuando las historias no eran buenas o las adecuadas direcciones maquillaban la falta de talento de las estrellas de entonces.

En los últimos años se dieron varias producciones interesantes filmadas en blanco y negro. Con mayor anuencia de capital estadounidense o proveniente de países de Europa (especialmente de Francia, Inglaterra, Alemania o Bélgica) España estaba en deuda con uno de los formatos cinematográficos que mayor posibilidades brinda a la hora de contar historias interesantes y generar el marco para delicados trabajos de composición. 

Y allí, aprovechando ese bache es que apareció – afortunadamente- la propuesta de Pablo Berger, quien se jugó a hacer una versión castiza del clásico de los Hermanos Grimm  logrando una pieza pocas veces vistas en la cinematografía española.Apenas empezados los primeros minutos del film el espectador tiene la sensación de estar en un teatro sevillano o madrileño ya que previo a los créditos se descorre un telón (al mejor estilo de Moulin Rouge de los Cohen  o de la última versión de Anna Karenina) y dejan entrever imágenes que se proyectan como si fueran el Nodo (noticiero cinematográfico del Franquismo que difundía las obras del Generalísimo) y exhiben algunos de los elementos que, minutos después, darán pie a la trama planteada de modo novedoso y excelentemente  creativo.

Teniendo en cuenta que adaptar a los hermanos Grimm al ideario castizo es toda una empresa, no asombra en lo más mínimo ni los personajes, ni la trama, ni el modo de mostrar los diferentes hechos, situaciones y comicidades que, si bien no se alude directamente, suceden con el Franquismo y la guerra civil española como marco que permite que se dé una situación tan injusta, cruel y despiadada como cuenta el cuento.

Berger lleva su Blancanieves nada menos que a Sevilla y ubica como punto de partida una corrida de toros en plena arena gitana en la que el torero Antonio Villalta (interpretado magistralmente por el mexicano Daniel Giménez Cacho) es cogido brutalmente por un bravo toro llamado Lucifer. En la tribuna de la arena queda su esposa, una bella cantante de bulerías que está a punto de parir y que debido al dolor que le causa el accidente debe ser ingresada para adelantar el nacimiento. 

Así, fiel al melodrama y casi a pantalla partida, ambos se baten a duelo con la vida y la muerte, aunque un imprevisto en el parto deja a la cantante del otro lado y al torero en este mundo, en estado de coma y sin saber que su esposa murió y que ya fue padre.

Al recobrar la conciencia Antonio es avisado de lo ocurrido durante su convalecencia y se niega a conocer a Carmen, su hija, quien será criada  por su abuela materna (interpretada deliciosamente por Ángela Molina) hasta el momento en que la vida vuelva a unirlos. Pero lo cierto es que la historia no transcurre sólo con ellos dos como personajes principales, ya que mientras el torero estuvo enfermo, una inescrupulosa enfermera – en búsqueda de fama y la riqueza de Villalta- se casa con él en el mismo momento en que sale del hospital, conminándolo al más absoluto encierro del Cortijo donde éste habitaba  y dejándolo en un ala de la casa, mientras ella lleva a cabo todo tipo de maldades y perversiones dentro de la casa.

Cuando la abuela de Carmen  muere la niña es llevada al cortijo para recibir atención y todo aquello que necesita para desarrollarse, pero al llegar allí, su madrastra Encarna (sin dudas una de las mejores composiciones actorales de Maribel Verdú)  la hará vivir las más bajas humillaciones y malos tratos, incluida la prohibición de subir jamás a la habitación en la que su padre se encuentra hospedado, en estado cuadripléjico y sin posibilidad de valerse por él mismo.

De esa forma la niña encontrará la manera de acercarse a su padre y expresarle todo su amor (y también intentando recibir el que sabe que él le tiene) pero siempre luego de burlar los sistemas de seguridad de la maléfica madrastra que, para esa altura, ya queda expuesta ante los ojos de los espectadores como una despiadada sadomasoquista, amante de un militar franquista y dueña de una maldad pocas veces mostradas en películas españolas (ni siquiera en las multifacéticas de Almodóvar o Alex de la Iglesia).

Esta Blancanieves hispana logra romper con el molde arquetípico de todas las versiones anteriores que se hicieron, incluso hasta de la última Blancanieves y el Cazador, donde colocan a la madrastra de Blancanieves en un lugar casi mitológico, razón por la cual se hace tan difícil eliminar del juego. En este caso ninguna de las dos poseen cualidades ni mitológicas ni mucho menos esotéricas, sólo son dos personas que representan al bien y al mal de la forma más humana, simple y clara posible. 

Además en el film no hay elementos fantásticos  como el clásico espejo de la versión original donde la bruja se pregunta todo el tiempo si es la más bella del reino, pues, en este caso, lo que las enfrenta no es una cuestión de vanidad sino de búsqueda de legitimidad sobre la figura del dominado torero (la cual si fuera puesta bajo la lupa del psicoanálisis daría tela para un tratado sobre el Complejo de Electra o sobre las delicias del mundo psicopático).

Los otros personajes que aparecen en escena (y que son mucho más que eso, puesto que son el medio mismo para que la lucha entre ambas contrincantes se desate y se pongan las cartas sobre la mesa)  son los siete enanos, quienes no sólo son una de las adaptaciones más originales de los últimos tiempos (siete toreros liliputiense que deambulan por los pueblos con un espectáculo de tipo circense) sino que, además, le otorgan al film un gran brillo desde lo actoral y también desde lo estético, ya que las escenas en las que aparecen son las mejores logradas desde el punto de vista fotográfico y de la composición. 

Con esta versión Berger logra una obra maestra en el sentido más amplio de la frase. El film es la resultante de un gran trabajo, minucioso, que llevó un gran tiempo de investigación (sobre todo en lo que hace a la contextualización de la época asimismo acerca de diferentes manifestaciones artísticas que aparecen en las diferentes escenas y que sólo pueden amalgamarse y lograr el objetivo pergeñado previamente si existe un sólido conocimiento en la materia.

El hecho de que todo esté filmado en blanco y negro vuelve a la historia un verdadero cuento de época y el hecho de incluir en pantalla los carteles con los subtítulos (ya que además es muda y se los coloca para entender que dicen los actores cuando mueven la boca) la acercan a algunos clásicos de la cinematografía mundial como los films de Chaplin o los que se hicieran en Alemania en épocas de Weimar.

La música, que significa el único elemento sonoro de la obra es, junto a la fotografía,  uno de los elementos que más hacen de la pieza una obra inolvidable del cine español. Asimismo las excelentes actuaciones, los logrados vestuarios utilizados para cada una de las escenas y el despliegue de elementos de la cultura española (aunque específicamente gitana y andaluza) la vuelven una película para atesorar en la videoteca y sacar cada vez que se crea que en cine ya está todo hecho, todo dicho o todo experimentado.

BLANCANIEVES (2013, España-Francia-Bélgica) Dirección: Pablo Berger, Elenco: Maribel Verdú, Angela Molina, Daniel Gimenez Cacho, Macarena García, Pere Ponce, Guión: Pablo Berger, Fotografía: Kiko de la Rica, (104´-Color) Premios

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