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12 Oct
12Oct

Durante mucho tiempo el cine argentino se mantuvo al margen de filmar películas de horror o cargadas de suspenso y misterio. Cada vez que se estrenaba alguna de ellas en los diferentes festivales de cine quedaba en claro que aún no habían aparecido directores que desplegaran el género en todo su potencial y, en la mayoría de las oportunidades, aquellas experiencias lejos de marcar una evolución en la cinematografía nacional se tornaban una acumulación de intentos fallidos y poco memorables. 

Pero con la puesta en pantalla de La segunda muerte de Santiago Fernández Calvete el cine nacional  experimentó la primera señal de que el cambio había comenzado y sostenida en un excelente manejo de los elementos que componen el género (tanto en lo narrativo como en el tratamiento de la imagen) la película significó una bisagra en las formas de contar historias de corte fantástico.

Ahora bien, cuando se habla del género de terror es inevitable no tener en cuenta que los grandes éxitos del cine mundial han basado buena parte de sus thrillers utilizando el pasado como un tiempo más que rico para contar historias que alberguen fantasmas, apariciones, espíritus o bien regresos de seres atormentados que viajan a través de los tiempos para vengarse de aquellos que otrora los hicieron sufrir y que vuelven para saldar cuentas, que como bien se sabe, a la corta o a la larga, al menos en el cine,  se terminan pagando.

Y con esa premisa quedó al descubierto una nueva falencia para nuestro cine nacional ya que, en los últimos años, quizás por una cuestión de costos o bien para ahorrarse el tedioso trabajo que implican para muchos cineastas las investigaciones históricas previas se ha evitado filmar películas de época, quedando como únicas en su género las superproducciones nacionales que llevaron a la pantalla la vida de próceres tales como San Martin, Belgrano o la reciente Aballay basada en un cuento de Antonio Di Benedetto y dirigida por Fernando Spiner.

Es por eso que, teniendo en cuenta ese marco, cada vez que aparece una propuesta de género ambientada en tiempos pasados no provoca menos que alegría e invita a que se la apoye para estimular futuras producciones que vayan en la misma dirección. En ese sentido, 2016 significó un gran año para el cine de terror ambientado en el pasado ya que con Resurrección de Gonzalo de la Calzada quedó demostrado que tantos años de espera valieron la pena y que, finalmente, descubrimos que nuestro cine puede reflejar el romanticismo y lo gótico que al igual que en los principales países de Europa, signaron nuestra historia, nuestras tierras e incluso nuestro pasado.

Así como en aquella De la Calzada cuenta el carácter casi demoníaco y profético con el que se interpretó la llegada de la fiebre amarilla a la provincia de Buenos Aires en tiempos de Sarmiento, Mauricio Brunetti se juega a contar una historia que transcurre entre 1850 y 1870 y que hace foco en la escabrosa relación ejercida entre quienes integraban la clase terrateniente argentina y los esclavos llegados a América que sufrían, de parte de aquellos, todo tipo de abusos, violaciones e incluso apremios que los llevaba hasta la muerte. 

De esa forma, Los inocentes cuenta la historia de una poderosa familia argentina del S. XIX (protagonizada por Lito Cruz, Beatriz Spelzini y Ludovico Di Santo) que tiene en su estancia un número de esclavos de origen afro  a los que atormentan y maltratan por considerarlos una mera herramienta de trabajo y no seres humanos. En ese sentido, las persecuciones, hostigamientos y abusos de todo tipo hacen que algunos de los esclavos se rebelen y, una de ellas, ante una injusta situación que padece a consecuencia del abuso de poder de sus amos, promete volver del más allá para vengarse y mitigar de esa forma un dolor que se supone, la acompañará a través de la eternidad.

En Los inocentes se cuenta una historia sobrenatural que a primera vista podría considerarse de terror pero lo cierto es que, más allá de las apariciones y de los momentos  fantasmagóricos con los que deben convivir los personajes que son el blanco mismo de la venganza, queda claro que el verdadero horror no proviene de los muertos ni de las almas que rondan la estancia sino de los amos, quienes representan  la cara misma de lo más bajo de la condición humana y que, en una época donde la moral y las buenas costumbres quedaban determinadas a cuestiones de poder, encuentran el marco propicio para llevar a cabo las más bajas atrocidades contando con la connivencia de un estado que veía en el otro distinto, fuera negro o indio, a un bárbaro al que se podía dominar, someter o bien modificar.

La historia concentra todos los elementos del género y logra una reconstrucción de época más que interesante, ya que no sólo logra la misma en el plano estético sino que, gracias al trabajo actoral de los protagonistas (básicamente de Lito Cruz en el papel de villano y de Beatriz Spelzini que encarna a la esposa del terrateniente de manera magistral) se logra un alto grado de credibilidad y verosimilitud, algo difícil de lograr ya que por cuestiones discursivas o ideológicas planteadas en la trama pueden resultar complejas de asimilar en tiempos modernos.

Con esta interesante propuesta, Brunetti no sólo materializó su ópera prima sino que, además, dejó en claro que es un director que porta un futuro promisorio ya que, por la elección del tema, la incursión en el género (que aún hoy sigue suponiendo un riesgo), la brillante reconstrucción de época lograda (que expone un minucioso trabajo de investigación de las cuestiones históricas que configuran la trama) y el interesante trabajo desplegado con los actores que conforman el elenco, probablemente logre un espacio de importancia dentro del nuevo cine nacional.

LOS INOCENTES (Argentina-2015), Dirección: Mauricio Brunetti, Elenco: Lito Cruz, Beatriz Spelzini, Ludovico di Santo, Sabrina Garciarena, María Nella Sinisterra, María Eugenia Arboleda, Música: Emilio Kauderer, Fotografía: Hugo Colace, (Duración: 101´-Color)

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